viernes, 15 de septiembre de 2017

entelequias

La palabra entelequia se la inventó Aristóteles para definir la perfección de lo inalcanzable, la fuerza vital donde el alma humana, el Ser (quien sabe si una ficción o quimera) te vela. La causa final del hombre que te lleva de cabeza en tu interior a la felicidad, tanto la contemplativa, que es pura divinidad aprendida y que te lleva a percibir, como la que te guíe, descubierta, en las potencialidades que todos llevemos dentro.

Aristóteles entendía que siempre y cuando el placer acompaña a la actividad y esa actividad es divina y vinculada a la virtud, te proviene, porque no, de una especie de buena suerte que, aun en la adversidad, te colma de lo necesario.

Lo llamó "eudaimonía" (los buenos genios o “daimons” velando por ti). Esa vida digna donde, tanto si se genera de forma sincera, ayudando, creando, como si se contempla de forma serena, conexionas con el Ser y produces esa suerte de regocijo auténtico.

El arte, la belleza, la demostración de amor, será por algo que creen felicidad, auténtica felicidad, seguramente por darse las condiciones que impone el alma para poseer y acercarte a la sabiduría.

Los sistemas de recompensa, de reequilibrio, secretan dopaminas y serotoninas entre otras, neurotransmisores, sinapsis neuronales, combinaciones de carbonos, hidrógenos, nitrógenos y oxígenos. Sus fórmulas se articulan regulando nuestros estados de ánimo y niveles de ansiedad, entre otros desde el placer, batidas de lo exultante, para difuminarse y evanescerse casi de inmediato sin darnos cuenta.

He visto y sentido, como otros, la dicha en los niños cuando juegan, siendo padre, agachándome a sus alturas, en ancianos avejentados por el inexorable tiempo sentados al cálido sol. En la contemplación de un castañar milenario en un bosque que temblaba de pura paz, en el silencio sobrecogedor de un templo espiritual donde te oías. En la creación artística, en la música, en su escucha, con algún que otro regalo, escribiendo, sintiendo que el poder de las palabras  alcanzan, se completan y generan bonanza tanto al ser pensadas, reflexionadas, como leídas.

Muchas de las anteriores fueron felicidades efímeras destellos puntuales, acciones necesarias, defensas para armonizar tensiones acumuladas, compensar sufrimientos, tristezas, discusiones, enfrentamientos, inevitables choques.

Aunque la visión reminiscente platónica, donde el alma humana ya lo conoce todo y sólo debe recordar, difiera de la visión eudemónica aristotélica, si contemplo la osadía de aunar ambas visiones.

La entelequia es posible, desde el entusiasmo “entheos” (los dioses dentro de ti) que te lleve desde esa ”fuerza vital” a esa senda de perfección (quimera inalcanzable) en tus acciones, desde la actividad que ejerzas, donde el momento presente se rinda y genere eudemonia y los genios buenos se alegren, orienten, enfilen, te adiestren y recuerden que no son fruto de tu imaginación sino que, por vida merecida, existen de verdad y te acompañan, porque en esencia, a pesar de lo mucho que nos lo complicamos, son así, seguramente por ser en el fondo parte fundamental de ti.

Y cuando más se han manifestado han sido en el aprecio sincero a los de tu misma especie, al desconocido que necesitado de  una sonrisa sincera, de un gesto sencillo, te ha devuelto una mirada de agradecimiento por demostrarle humanidad.