lunes, 21 de octubre de 2013

el porqué del 33

Según quienes conocen algo del significado de la numerología, el número 33 es un número maestro cargado de maestría para su poseedor. Más o menos vienen a decir que la misión del que lo posee es elevar la vibración de los demás, dado que, por poseerlo su vibración superior relacionada directamente con su espíritu, ha evolucionado de tal modo que tras muchas experiencias anteriores terrenales intuye que todo está relacionado con un aflorar al exterior de conocimientos internos para compartirlos sin reservas.

Es una especie de obligación moral superior contraída antes de reencarnarse y que se materializa en una andadura solitaria (no siempre comprendida) incluso zancadilleada y atormentada por las barreras que en la vida se encuentra, pero que le hace percibir la verdadera esencia de la vida siempre guiado por fuerzas superiores, luchando porque el progreso y enriquecimiento espiritual no se marchiten, predestinado como si alguien le llevara de la mano hacia un verdadero destino, dispuesto a elevar la vibración (en la medida de sus posibilidades) a los demás.

Supongamos que tu estancia terrenal conllevase ejecutar determinadas misiones. La que a ti se te ha dado tiene como objeto —aunque pueda parecer pretencioso o delirante—elevar y guiar en un determinado proceso. Supongamos que hasta ahora no eras consciente de que estabas por aquí para cumplir la misión, ni siquiera que esto va de misiones. Pero tras un proceso que no sabes muy bien cómo ocurre —de nuevo supongamos— que sientes (y aquí entra el ego jugando a desorientar) que eres algo así como un elegido. Y por supuesto entendamos en esta reflexión que descubres que eres poseedor del número maestro 33 y su verdadero significado.

Como dice Anthony Grayling en su libro "El sentido de las cosas", la vida que merece ser vivida (entendía Aristóteles) era la que era capaz de producir "eudaimonia", ese sentimiento figurado de estar siempre y permanentemente cuidado por un ángel guardián. Y a los mejores individuos los nombró "megalopsychos" que significa “alma grande” o magnánimo de "magnus ánima".

Después de darle unas cuantas vueltas esta es la única explicación que se me ocurre para entender el porqué de esta supuesta fijación por determinados números:

Pareciera que los que operan con estos conocimientos ancestrales (que no quiere decir que los posean), maniobren para revertir la maestría, la del 33, o la del 11 o 22, hacia perversos fines, seguros de su poder, mostrándolos a la vista, a la cada vez menos miopía del resto de los mortales. Si eres capaz de observar estas maniobras —y observar es paralizar— tal vez entre todos invirtamos sus procesos desactivando el juego. 

Podríamos entonces pensar que el enfermizo objetivo de enfatizar determinadas fechas con determinados números no es más que la prepotente miserabilidad de querer demostrarnos lo contrario, o sea, una supuesta falsedad de la existencia de conocimientos superiores (para ellos alcanzables) pero sin que se nos permita al resto posibilidad a su acceso.

El poseedor de un número maestro o en proceso de aprendizaje cerca de uno de ellos, segura y posiblemente esté preparado para empezar a producir "eudaimonia", para elevar su vibración, para enriquecerse espiritualmente de tal modo que se empiece a percibir la verdadera esencia de la vida, y porque no, enseñarla. Quizás entonces ya no hablaríamos de suposiciones si no que gozosamente afirmaríamos que algo de certeza se aloja en esta profunda Verdad. Y que esta empieza a aflorar.

Sólo entonces empezaríamos a entender lo que todos Somos:

Individuos “Megalopsychos” Aristotélicos.

Pero, en fin, todo esto no son más que meras suposiciones...

¿O tal vez no? Juzguen, sólo en el sentido de usar su juicio, ustedes.



lunes, 14 de octubre de 2013

tiempos paralelos

Vivimos tiempos paralelos con la ya lejana Alejandría. Esa Alejandría quemada que dio lugar a mil años de oscuridad y atraso. Tiempos para “lelos”. Lelos que creen que la herejía se ha instalado en el mundo, ya no digamos en la España de los recortes. Un quítame de aquí y de allí, que esconde, por encima de todo, miedo y  temor. Constantino pero sobre todo Juliano se esforzaron en fundar templos, reparar y proteger a la filosofía y a los filósofos. Alejandría era cosmopolita, ejemplo de tolerancia. Pero llegó el emperador cristiano Teodosio dispuesto a asestar un golpe a ese paganismo de culto a los dioses. Faltaría más. De este modo el desarrollo científico, artístico, filosófico y de toda forma de librepensamiento quedó truncado.
Ahora la reconversión es a una determinada educación fallona con los números e incapaz de comprender textos, cercana a una cultura hedonista y carente de ganas de esfuerzo, tan sublimada por la publicidad, las modas y los famosos, como incapacitada para pensar. 
Pero no es esto, aunque lo parezca,  lo que está en juego. Lo que sí está en juego es el  librepensamiento frente a la reconversión al dogma.
Si hubiese un símil entre la famosa Alejandría y su biblioteca universal, a lo mejor internet, pese a sus defectos, fuese ese micro-contendor, acercamiento casi universal, depósito y archivo, objetivo de indagación y búsqueda de conocimiento al alcance con sólo pulsar las teclas de un ordenador. La Alejandría de oro pereció cuando a un emperador se le ocurrió que era necesario erradicar el acceso a unos determinados conocimientos. No pienses no razones y por nada del mundo investigues. Yo te diré que es lo que tienes que saber,  se le oyó decir a Teodosio satisfecho divisando a lo lejos la humareda que certificaba el derrumbe del saber.
Un dulce timbre de un arpa  sonaba en los oráculos concurridos donde se interpretaban los sueños. Estos,  que ya no tienen su Serapis para que les cure, han acudido a los blogs. Ahora entre anónimos se debaten los mundos dimensionales. Parapetados tras monitores de plasma hay que eliminar la herejía no vaya a ser que sin darnos cuenta se conforme una masa crítica que de sentido y confirme al nuevo ciclo del aguador y certifique la defunción de los peces.

jueves, 3 de octubre de 2013

no dispongo de la verdad

No dispongo de la verdad. Analizo lo externo más bien como observador social, por si encontrase certezas que verificasen de forma empírica el devenir de los acontecimientos. De venir o prevenir, “de” y “pre” como sufijos  que se adelantasen a lo que tuviera que venir. Los analistas de riesgos ejercen de continuo esta manera de analizar sondeando lo pasado, desde el presente  para allanar cualquier sorpresa no deseada. Las probabilidades y sus consecuencias  les permiten evaluar  riesgos calificándolos, que no siempre erradicándolos, de no ser que se tomen medidas.
El ejercicio anterior es la única manera eficaz de sortear la incertidumbre, y no garantiza ni su precisión, ni la verdad. Es sólo un ejercicio de atención tan necesaria como exclusiva que permite ser más consciente. Y ser más consciente es estar más despierto.
A un árbol que le dediqué una trilogía le han salido brotes en su doblada base. Los demás que le acompañan a lo largo de la calle se preparan un año más para recibir el otoño. No me percaté de esto hasta ayer mismo. De hecho hacía tiempo que no le prestaba atención. Ayer si, y unos metros más adelante los mundos superiores que habitan en mí, me  confirmaron, así lo he entendido, mi atención. Sonreí miré al cielo y lo agradecí. No dispongo de la verdad como no sea que intuya que un mínimo gesto sincero de amor pueda conmover y sacudir los cimientos de la creación. Si este gesto lo hiciéramos todos cambiaríamos el futuro dado que en lo concerniente a nuestros actos la responsabilidad de lo que venga, aunque no lo crean, es única y exclusivamente nuestra.