sábado, 21 de diciembre de 2013

aquella noche

Noche del 20 al 21 de diciembre del 2012, el día del fin del mundo, hoy hace un año. 
Aquella noche fue especial y muy emotiva. Mi hermano había salido de la UCI unos días antes. Tenía parcialmente paralizado el lado derecho de su cuerpo por un inesperado y maldito ictus y el habla, perjudicada también, le impedía comunicarse con fluidez. A pesar de ello por las noches nos instaba como buenamente podía a que descansásemos en nuestras casas. Ni quería ni necesitaba que nadie se quedase a su lado. Se dormía antes de medianoche cuando los hospitales se quedan a oscuras en ese silencio tan sobrecogedor como doloroso que esconden los dramas. Pero tratándose de una fecha tan señalada no me apetecía ni quería dejarle sólo. Difícil elección pues en mi casa se quedaban los míos y de veras que también sentía que debía y quería estar cerca de ellos. 
Aquellos días con la sensibilidad y la emoción a flor de piel viví en primera persona el nacimiento de algo, y el cierre definitivo de lo que ya conocía. Un despertar de un sueño. Y sé que fui capaz de entenderlo. 
Llegue con antelación dando un paseo por estrechas calles acompañado en todo momento allá por donde iba, veía, oía y sentía. Antes de la medianoche ya en el hospital entré en la habitación y salude al familiar del otro enfermo. En penumbra y en silencio sin hacer ruido me senté a su vera. Dormía y no se percató de mi presencia. Le cogí su mano derecha y ya no la solté en ningún momento. Aún hoy sigo apretándola con firmeza. Aún antes de aquel día y aun hoy, sigo acompañado y guiado, acompañando y a mi manera dejándome acompañar y guiar.
Al cabo de un buen rato pasadas las doce entre abrió los ojos y agradecido por mi inesperada presencia me regaló en un instante una maravillosa, mágica y cómplice sonrisa para continuar durmiendo plácidamente. No hacían falta las palabras. 
Transcurrido un tiempo que no sabría muy bien precisar ya avanzada la madrugada, decidí que era momento de volver a casa, porque al igual que en mi casa, todo como era de esperar, estaba perfectamente, tan  perfectamente, aunque a veces la vida no nos lo parezca y no la comprendamos, como el universo en el que todos habitamos.


viernes, 13 de diciembre de 2013

madiba

El hombre hacía ademanes con las manos imitando un lenguaje para sordos. Era imposible entenderle por los suyos, como seguramente alejado e imposible es entender las palabras de los poderosos que mandan. Políticos de discursos tributando homenaje a un hombre, Madiba, que fue un esclavo, si por ello entendemos que durante parte de su vida careció de libertad y derechos por estar sometido a la voluntad y dominio de otros. 
Esclavo de la tribu shosa, a lo mejor descendiente por derecho de los primeros esclavos, los de las minas de oro de hace 200.000 años. Sudáfrica la de los híbridos originales, nuestros ancestros mezclados por manipulación genética para realizar las tareas que los que se denominaban dioses se cansaron y no querían hacer. La teoría evolutiva apócrifa de los dioses sumerios.
Estos días el poder del mundo mundial rinde homenaje a Mandela, un esclavo que luchó por su pueblo, y que llegó al poder, ya en libertad, elegido por un pueblo que entendió la estupidez del racismo. La élite política se reúne, como diciendo cual si de una metáfora fuese, que entiende, porque ellos te dicen que si lo entienden, que la evolución nos permite ser algo más que esclavos. 
Pero no. 
El señor de los signos a los sordos tan sordo como el de las “selfies” con la danesa, parecen indicarnos que aún no sabemos ni entender los signos, ni las palabras, ni escuchar. La obsesión por alcanzar la libertad para ser dueño de nuestro destino todavía nos persigue. Y nos persigue porque mientras no sepamos el origen de nuestra identidad nos será difícil avanzar un paso más en nuestra evolución. 
Han pasado casi cincuenta y seis años de los suyos. Observan cada tres mil seiscientos años como la evolución nos permite desarrollarnos. Pero queda mucho para afirmar que en nuestra situación y condición no estamos sometidos a la voluntad y dominio de otros. A los que ostentan el poder aún les gusta, quien sabe si por imitación de sus creadores, que ciertas tareas las hagan otros. Les sigue gustando demasiado el oro.