Noche del 20 al 21 de diciembre del 2012, el día del fin del mundo, hoy hace un año.
Aquella noche fue especial y muy emotiva. Mi hermano había salido de la UCI unos días antes. Tenía parcialmente paralizado el lado derecho de su cuerpo por un inesperado y maldito ictus y el habla, perjudicada también, le impedía comunicarse con fluidez. A pesar de ello por las noches nos instaba como buenamente podía a que descansásemos en nuestras casas. Ni quería ni necesitaba que nadie se quedase a su lado. Se dormía antes de medianoche cuando los hospitales se quedan a oscuras en ese silencio tan sobrecogedor como doloroso que esconden los dramas. Pero tratándose de una fecha tan señalada no me apetecía ni quería dejarle sólo. Difícil elección pues en mi casa se quedaban los míos y de veras que también sentía que debía y quería estar cerca de ellos.
Aquellos días con la sensibilidad y la emoción a flor de piel viví en primera persona el nacimiento de algo, y el cierre definitivo de lo que ya conocía. Un despertar de un sueño. Y sé que fui capaz de entenderlo.
Llegue con antelación dando un paseo por estrechas calles acompañado en todo momento allá por donde iba, veía, oía y sentía. Antes de la medianoche ya en el hospital entré en la habitación y salude al familiar del otro enfermo. En penumbra y en silencio sin hacer ruido me senté a su vera. Dormía y no se percató de mi presencia. Le cogí su mano derecha y ya no la solté en ningún momento. Aún hoy sigo apretándola con firmeza. Aún antes de aquel día y aun hoy, sigo acompañado y guiado, acompañando y a mi manera dejándome acompañar y guiar.
Al cabo de un buen rato pasadas las doce entre abrió los ojos y agradecido por mi inesperada presencia me regaló en un instante una maravillosa, mágica y cómplice sonrisa para continuar durmiendo plácidamente. No hacían falta las palabras.
Transcurrido un tiempo que no sabría muy bien precisar ya avanzada la madrugada, decidí que era momento de volver a casa, porque al igual que en mi casa, todo como era de esperar, estaba perfectamente, tan perfectamente, aunque a veces la vida no nos lo parezca y no la comprendamos, como el universo en el que todos habitamos.
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