martes, 28 de febrero de 2017

amanuenses de estratos

Puedo aseverar que en cierto modo mi padre y mi abuelo eran amanuenses. No en el sentido de copiar legajos y demás, que buena caligrafía y pulso, sobre todo mi abuelo, tenían. Más bien eran copistas, pero de planos, como buenos profesionales que eran de la delineación. Otras épocas artesanas, sin ordenadores, ni plotters supletorios de una profesión, tan tendente a desaparecer como muchas de las actuales. Aprendieron bien el oficio. Las aguadas nunca se salían de las curvas de nivel de los topográficos, y nunca y digo bien nunca, se cortaban. Veinte, treinta, los que fueran, los planos se posaban lentamente en serie en el suelo a la espera de serpentear estratos con nuevos colores. Al abuelo, como seguramente a «Bartebly el escribiente» de Mellville, le pudo costar la vista, nunca se sabrá. 

Lo cierto es que progresivamente hasta su vejez la fue perdiendo. Trabajador infatigable siempre se llevaba tarea a casa. Transformó su mesa de madera de dibujo regulable en altura, con un tubo  fluorescente de neón que iluminaba un tablero de cristal por debajo y ayudaba a copiar. Una lupa en una mano, otra portando firme un pincel (siempre buenos de pelo de marta), densos, cargados y precisos se deslizaban por los contornos de orografías y sedimentos ingenieriles. 

«Chatos que está la cena» la abuela siempre en otros menesteres, al gobierno de la casa, les rescataba de las repetidas y monótonas obligaciones, que ocuparon parte de sus vidas.

A la inversa que el escribiente (el inquietante pasmado que “preferiría no hacerlo”), no rehuyendo de sus responsabilidades, mi padre, esperó con paciencia a una temprana jubilación para cumplido el servicio dedicarse a lo suyo. Ya sabéis. Ambos, fueron silentes, subordinados, honestos, morigerados (le copio a Mellville su sutil riqueza léxica tan abandonada en estos tiempos sociales de absurdas redes iletradas) respetados en sus empresas, por su lealtad y obediencia. Servidor no puede decir lo mismo, no por no ser, cortés, amable, respetuoso o educado (que siempre lo he sido), pero díscolo un rato, siempre cuestionando lo establecido: «No trates de cambiar el mundo. Tú, a lo tuyo, luego en casa lo que quieras que ahí nadie te manda» Nunca entendí ese pragmatismo de sumisión ante la necedad. Pero de sumisos, serviles y pazguatos están llenas las empresas, y yo me encuentro donde estoy porqué me lo he ganado a pulso.

No, no lo digo por ellos, se me entienda, ellos tragaban que, con el tiempo y ya mayores, libres de obligaciones, empecinados en cabrearse con todo hijo de vecino, me constataron la cantidad de tarados, alabanceros, pelotilleros y lameculos, que les tocó aguantar: «De tragaderas hay que vivir, apréndelo si quieres sacar adelante a los tuyos». Sigo sin entenderlo, porque a terquedad no me gana nadie, aunque como bien dijo uno de por aquí, esto parece ser que va de, algo así como, que a unos les toca mandar y a otros, y de eso sabían muchos ellos, obedecer. 

Estoy por copiar a Vila Matas*, y jugar a las matrioskas, y dado que no he escrito un libro en mi vida, escribir algo así como «dave y su adversidad», aunque de hecho bien pensado es lo que de forma repetida y diaria llevo haciendo ya hace años, qué como su protagonista parado y principiante, sin oficio, suspira por escribir su gran y única obra tan inacabada, póstuma y personal, cómo seguramente patética y a años luz de los que profesan con maestría su hacer.

Copiar, repetir, obedecer, ganarse la vida en vida, esto por repetido, ya vivido, y las responsabilidades se entrenan, como los hábitos forjan la excelencia, es lo que muchos, aunque no nos guste, vivimos.

*Enrique Vila Matas en su última novela “Mac y su contratiempo” nos relata la realidad de Mac, un maduro hombre que acaba de perder su trabajo, y decide reescribir, para mejorar, una obra  imperfecta de un reconocido escritor  vecino suyo  entremezclando  un diario donde se foguea como aprendiz de escritor y la propia obra modificada del vecino en un juego de cajas rusas, «mise in abyme», imbricando diferentes narraciones donde el protagonista trata de encontrar ese viaje personal que de sentido a su vida.

sábado, 18 de febrero de 2017

el universo en un verso

El universo en un cuenco, como la espiral de la concha en un universo. El barro moldeado por los ojos y las manos caracoleando la presencia, esencia misma materializada en la forma. Cuencos que dan de comer y beber, alfareros concretando dichas que evocan sentimientos, sustancias de inalcanzables universos al abrazo de cuencas conteniendo miradas. El infinito mostrando bellezas, para los que, viendo, percibiendo, se descubren que Son.

El universo en un silencio, como la melodía en una semilla en un universo. Los instrumentos esculpiendo la escucha y las manos moldeando la nota, presencia, esencia misma materializada en la forma. Sonidos que dan sensaciones, músicos concretando dichas que evocan sentimientos, sustancias de inalcanzables universos al abrazo de melodías conteniendo escuchas. El infinito mostrando musas para los que, oyendo, sintiendo, se descubren que Son.

El universo en un escrito, como el pensamiento comunicado en un verso. Las letras moldeando ideas como la mente confirmando la presencia, esencia misma materializada en la forma. Palabras que te transportan, letristas concretando dichas que evocan sentimientos, sustancias de inalcanzables universos al abrazo de expresiones conteniendo fábulas. El infinito mostrando literaturas para los que, comprendiendo, evocando, pensando, se descubren que Son.

Lo externo, lo corpóreo y lo mental, apariciones y desapariciones fugaces, en percepciones, sensaciones y pensamientos, que permanentes, "Son" esencias de belleza, amor y comprensión.

miércoles, 15 de febrero de 2017

No hay comentarios:

Constato desoladores silencios. Lo que parece indicar, indiferencia, ausencia, no reflexión, estudio, pensamiento, o meditación de lo mostrado.

Aunque quizás si alguien ha leído, sólo indiquen, el consuelo por mostrar, pudor y silencio, donde lo reflexionado, pensado y meditado respecto a lo expuesto, por interrumpir órdenes, perturbe.

No echo en falta el pudor del silencio. No hay comentarios y punto. O dos puntos:

Y estos recatos lo más seguro constaten que algo se escapa. A mí también se me escapan demasiadas cosas.

No importaría que si leyesen comentasen, concretamente esto:

"Que muchas veces, los silencios, sólo son vacíos que nos hablan"

No obstante lo más seguro la realidad sea simple, tan simple, como que ni siquiera sepan que existo.


martes, 7 de febrero de 2017

el centro

La progresiva pérdida de contacto con la realidad exterior estaba delante suya. En ese abecedario imaginario de árboles, donde “i”, “j” y “k” habían conformado una trilogía de derechos, de reclamos, de dignidad, frente a una realidad simétrica, artificial, existente, repetida y oficial, unos metros más adelante, a lo mejor iniciando la letra “a” como un principio alfa de algo, se había construido a un lado de la acera un Centro aislado al que no había prestado atención.

La construcción duró unos años posiblemente por falta de financiación y ocupaba una pequeña parcela. No disponía de vecinos ni a ambos lados de la parcela, ni detrás, ni enfrente de la misma y desde relativamente poco había abierto sus puertas.

Indudablemente se erguía aislado de la realidad. Una realidad urbana que pareciera necesitar de ese vecindario limítrofe, correlativo, numérico, físico y cercano, que conformase un barrio donde la interrelación, la comunicación y el contacto humano viviese, y que en este caso no existía.

Como si de un virus se tratase parecía que su objetivo final fuese su aislamiento. 

Pero la realidad era distinta y contraria a lo mostrado. El verdadero aislamiento, la progresiva pérdida de contacto con la realidad exterior era el propio barrio, donde las familias celosas de su privacidad se recogían en sus viviendas para aislarse de todo contacto físico con el vecindario, en una deshumanización progresiva en la que era imposible saber con quién convivías, como no fuese con tu propia célula familiar.

Una paradoja del progreso de las ciudades modernas frente a la convivencia de los pueblos, en la que los barrios residenciales buscan deliberadamente la concentración en sí mismos en ordenadas viviendas, donde la progresiva pérdida de contacto con tus congéneres es un hecho.

Tanto los árboles desaparecidos de la trilogía de jota, como el solitario edificio eran y son, el principio, vitaminas c, analgésicos, que nos advierten de nuestro destino. los que te centran. 

El Centro era, y es, un lugar oficial de acogida para personas diferentes.

Un Centro para personas autistas.