sábado, 24 de marzo de 2018

algo... superior

Controlamos poco en lo importante y descontrolamos mucho en lo menos importante y algunos por aquí en esta vida —seguro— nos controlan mucho en lo no importante, y en el fondo, controlan poco en lo que sí sería importante.

Control, ese dominio sobre algo o alguien, esa forma de fiscalización, intervención o inspección, mecanismo que regula de forma manual o sistémica, para llevar un registro, manejar remotamente algo o probar conocimientos adquiridos. Esa especie de poder.

Inteligencia, esa capacidad de elegir entre diferentes alternativas en un contexto para quedarse con la mejor opción.

La mejor opción, inteligente, controlada, me pregunto: ¿Cuál es?

Poco que decir, quizás si esto es controlar, poder expresar humildemente que adquirí algo de consciencia, me empoderé, evolucioné en mi conciencia hasta donde pude mientras viví y trate de hacerlo ver porqué intuí que era la mejor opción. Honestamente no sé si lo conseguí. Aún estoy en ello.

La debilidad nos hace humanos, nos vuelve insignificantemente humanos, pero nuestra capacidad creadora nos enseña patrones y señales, fortalezas, control, de lo que somos capaces de hacer y captar. 

Jóhann Jóhannsson músico islandés nos dejó hace un mes, compositor de bandas sonoras de películas es el autor de la música de la “Teoría del Todo” o de “La llegada”. Muestra de su inmenso talento, sin duda alentada por alguna inspiración superior, le controle o no, es esta emotiva, conmovedora y maravillosa pieza que suavemente se posa como un gorrión en nuestro hombro:



Autor: Jóhann Jóhannsson 
Canción: A Sparrow Alighted Upon Our Shoulder 
Álbum: Orphée

domingo, 18 de marzo de 2018

funciones abaladas

Escribe en presente y recuerda su curiosidad por la venida que le produjo vida. Asombro descubierto en su infancia. Un proceder que se unió pieza a pieza, adolescencia que reproducía maquetas de realidades que existieron en el pasado.


Historias, batallas y héroes se leyeron dibujados, se reprodujeron pintadas, se imaginaron atrevidos. Vibra proyectando futuros, palabras con el bagaje de lo vivido y recupera de dentro aquello que le hace abalar. 


Sabe que su Ser es él, que la energía viaja sólo en espera de sentirse y cuando conecta, ejecuta porque le confiere verdad, porque son ejercicios de alguna facultad.


Y donde el placer fue y los deseos son, se une el ahora, un cuerpo aun no escrito sólo esbozado de porciones separadas que encajan y reproducen dioramas venideros, que explican las dimensiones, los dominios acotados de la inecuación de su vida.


miércoles, 14 de marzo de 2018

escuchar el silencio

—Va usted delante—le dije
—No sé me da igual, no tengo prisa —contestó.
La mujer esbozaba una resignada mirada de esas que te ponen en situación porque te lo dicen todo. Esperábamos turno en ventanilla para pedir cita en un hospital. Acompañé a un familiar en su enésima visita, peregrinaje oficial doloroso de analíticas, quimio y pastillas con la pretensión de parar lo inevitable. Si es que lo inevitable, y esta es la forma, se puede parar.
Sería de mi edad, incluso unos años menos y necesitaba hablar, gritar, desahogar su sufrimiento, su dolor. Las lágrimas contenidas anunciaban desbordar sus humedecidos ojos.
—Según salgo de aquí, me voy a sacar los billetes para ir con mi hija a Roma. Se lo tenía prometido—me lo dijo tal cual, daba igual que no nos conociésemos, como sí el hecho de irse lejos de donde estaba en ese momento aplazase lo que, si tenía prisa, lo que avanzaba a otra velocidad.
—Salir de aquí, después de esperar consulta toda la mañana en cierto modo es respirar—la comenté convencido.
—La vida tiene estas cosas. Mi marido hace quince años cuando cayó enfermo estuvo en coma inducido y respondía a mis preguntas apretando la mano. Todavía no había nacido mi hija, pero yo sabía que no se iba a ir. Ella tenía que venir al mundo. Cuando despertó —continuó diciendo— me recordó lo que le dije a mi padre, que nos tenía que ayudar. No sé cómo podía saberlo. Él ya no está, falleció hace dos años, pero cumplimos nuestro sueño. Mi hija es preciosa, sabes, un ángel.
Sin decirlo quería que le confirmase, si es que lo sabemos, que este paso sólo es temporal, que al final se transita a otro estado, que hay vida más allá de esta vida. La respondí tratando de aliviar su angustia, entendí que lo que le preocupaba era su hija, que no ella, con firmeza y convencimiento de que esto sólo es transitorio. Nada difícil de comprender en un entorno tan emocional donde las miradas de familiares y pacientes se buscan adivinando historias reales, de esas que relativizan nuestro día a día. Nos despedimos. Me dio las gracias por escucharla.
Cuando acabamos, al salir, en un día fresco y limpio, se dibujaba el perfil nevado de la sierra madrileña.
—Sabes, me dijo mi pariente, me iría ahora, aunque no comiésemos. Tan sólo a escuchar el murmullo de los cauces, el silencio de la naturaleza, respirar aire puro sentado en una roca sin decir nada…
—Lo sé, le dije sin poder, por impotencia ofrecerle más que mi comprensión y compañía.

martes, 6 de marzo de 2018

el tiempo detenido

Un plano abierto. Un gran plano general. El encuadre centrado. Un espacio, panorámica y dos movimientos:

De izquierda a derecha volviendo una gaviota, la gavia henchida. Encima, rozado hacia abajo, el ocaso.

El poniente desapareciendo, regresando, amarillo blanquecino. El mar horizontal calmo, rayado de reflejos de un cielo escalado de naranjas. 

El horizonte ondulado, superpuesto, tamizado de marrones difusos. Tal vez junio, o julio, sin duda estío.

¿Te llevo o me llevas?, ¿Te vas o te sostengo?, ¿te acompaño o me acompañas?, ¿Posas, o será que cuelgas porque bato siluetas para que te poses? ¿Y el tiempo?

¡Ah, El tiempo! Te lo diré por un instante:

El tiempo tan sólo detenido.