martes, 19 de diciembre de 2017

Los algoritmos no tienen colesterol

Nuestras  vidas planteadas como un algoritmo —por aquello de hacer lo correcto y no parecer idiotas— nos muestran un inquietante diagrama de flujos. Flechas que cambian de dirección e indican una secuencia de actuaciones persiguiendo objetivos, que seguramente no buenos platos.

He de decir que lo verdaderamente  inquietante son las flechas. Esa sucesión de unos y ceros binarios de estados contrapuestos, que se combinan para dar forma a una realidad, me temo, que impuesta. Recetas con pasos sucesivos bien ordenados y finitos, qué de momento —con algo de ritmo— avanzan a duras penas desplazándose entre  síes y noes, distando mucho de saber lo que es un buen plato, lo que cocinamos y nos comemos, en todos los sentidos, pudiera ser que más bien nos enferme. Veamos:


—¿Está bien sazonado?
—No.
—¿Lo has sazonado?
—Si.
—¿Le has echado perejil?
—Si.
—¿Has acabado el plato?
—Si.
—¿Es un buen plato?
—Si.

Mucho de lo que debería ser en esta vida se podría lograr si se rehiciesen las preguntas de forma adecuada, al fin y al cabo, los algoritmos —los muy binarios— sólo saben decir si o no y parece ser que como están bien programados, computacionalmente, operan y amenazan con sustituirnos por aquello de  dejar empequeñecida, hecha añicos, nuestra actual y asombrosa capacidad procesadora, en la que por cierto nuestra debilidad, imperfección y estupidez nos hace maravillosamente humanos:

—¿Está bien sazonado?
—No.
—¿Lo has sazonado?
—No.
—¿Le has echado perejil?
—Si.
—¿Has acabado el plato?
—Si.
—¿Es un buen plato?
—No. 
                                

Pero no nos equivoquemos, aunque sea tan sólo porque sazonado bien un plato, este, aun bueno, no nos convenga lo malo o lo bueno, quien sabe es que los algoritmos (que no nosotros) cada día recopilan más información y no necesitan dar explicaciones. Contestan y empezamos a afirmar que piensan cada día más programados, aunque no nos gusten las respuestas. 

Las preguntas, porque hasta ahora somos nosotros los que procesamos la información, nos las seguimos haciendo nosotros y podemos hasta pasar de contestar con un escueto si o no. Creo que lo llamamos conciencia:


—¿Está bien sazonado?
—No.
—¿Lo has sazonado?
—No.
—¿Porque le falta sal?
—Si
—¿Lo vas a sazonar?
—No.
—¿Es porque tengo colesterol?
—Si.
—¿Le has echado perejil?
—Si.
—¿Has acabado el plato?
—Si.
—¿Es un buen plato?
—No.
—¿Serás cabrón?
—Si.
—¿Pero velas por mi salud?
—Hago lo que puedo.

sábado, 9 de diciembre de 2017

custodias

No había mayor dicha que llegar al pueblo de vacaciones. Salía disparado para inspeccionar el viejo hogar de los abuelos y comprobar que el tiempo seguía detenido. 

Si se llegaba a mediodía por la escalera empinada subida de dos en dos ya olía a comida. En el recibidor, saludando, el paragüero perchero y los sillones cordados resistían impávidos, tan ausentes de gabardinas, sombreros y visitas. Enfrente el tapiz beige de ciervos, debajo el sillón de mimbre. El suelo ajedrezado invitando a saltar, los techos muy altos y el distribuidor ancho, dejaban respirar.  

A la izquierda, el salón comedor con su mesa camilla de siestas de brasero y orejón. El mirador con sus persianas venecianas delicadas dando al jardín del tropezón. El recio comedor de madera noble, la vitrina y el aparador con algún cajón que otro bajo llave. 

Un Sagrado Corazón creo que bendecido acompañado de una bandeja de plata con la Santa Cena y por supuesto, el reloj de pared de péndulo, que imperturbable, seguía marcando las horas con la solemnidad impasible del tiempo.

Del vestíbulo a la derecha el lucernario inundaba de luz el corredor siempre descubierto con cuidado de no romper las cuerdas, sólo cubierto con una lona naranja corrediza los días de mucho calor. 

El dormitorio principal con una puerta de palillería y tela bermellón tenía un pequeño cristal roto. Un pequeño ventanuco —¿se utilizó alguna vez?— comunicaba la habitación con la alacena. 

La cocina con una fuente extraña tipo surtidor —¿o me lo estaré imaginando?  se abría a una habitación, la de la plancha, iluminada tenuemente por un pequeño farolillo con tulipa de cristal, donde comíamos cuando éramos pocos. Un par de escalones daban a una terraza con instrucciones tajantes sobre todo en verano de evitar dejar la puerta abierta por si se colaban los gatos. 

El baño algo atascado, la bañera con un grifo anudado con un trapo de tela para que no gotease años más tarde inmortalizado en un cuadro, y enfrente, una inquietante pequeña habitación sin ventanas trasteada de enseres.

La abuela gobernaba la casa con instrucciones precisas desde su cuartel de mando en la cocina. Se levantaba temprano, molía el café y depositaba con cuidado cada grano molido en la cafetera con precisión milimétrica.

Avanzada la mañana de la “pringá” del cocido, pero sobre todo de jamón y huevo, salían sus croquetas. El género se cuidaba: El pan recién rallado y tamizado de restos de otros días, de pueblo, de pura hogaza, de Modesto. Los huevos para el relleno y rebozado de corral de la pequeña frutería de la esquina de Manolo, que también vendía pollos. La leche en cántaras de latón, con su nata cuajada en superficie, ligando la salsa bechamel, con una textura fina agrupando ingredientes. El tamaño y la forma geométrica de las croquetas, idénticas, perfectas.

Rapaces, los primos, entre juegos y correrías, desplegábamos las alas incursionando hipnotizados al olor a fritura por si pillábamos algo. Inútil misión:

—Somos doce, hay sesenta croquetas, caemos a cinco croquetas cada uno...

La abuela cocinaba, contaba y custodiaba las croquetas.

Con las albóndigas de pescado o los boquerones en ramilletes pasaba lo mismo. Estos últimos una vez bien limpios y sazonados los enlazaba con mimo, de cinco en cinco. enharinaba y freía en abundante aceite de oliva. De exposición, y tocábamos a cinco. Si éramos diez, pues eso, cincuenta boquerones:

—Somos diez, hay cincuenta boquerones, caemos a cinco boquerones cada uno...

La abuela cocinaba, contaba y custodiaba albóndigas y boquerones.

Por las tardes en la sobremesa la hora de la novela era suya. Los aromas tostados anunciaban cafés recién hechos y sentada en su sillón arropada por la falda camilla a los pocos segundos roncaba al cielo, satisfecha del deber cumplido. La merienda su siguiente parada.

Las magdalenas se las llevaban en unas tablas, de docena en docena para hornear, supongo, a la panadería de Modesto. Ideaba como hacerme con la llave del aparador que guardaba celosamente las magdalenas recién hechas. Me la imaginaba —nunca lo supe— colgada al cuello, como las amas de llaves de las películas antiguas y siendo el único momento que bajaba la guardia, maquinaba arriesgadas, difíciles y sigilosas misiones de rescate. 

La abuela en esas fugaces cabezadas después de comer susurraba en sueños y seguro contaba magdalenas:

—Somos diez, hay dos docenas de magdalenas, caemos a dos con cinco magdalenas cada uno...

viernes, 8 de diciembre de 2017

timbres

Toda obra de arte manifiesta que ha sido hecha por un ser humano para otro ser humano. El arte es humanidad hecha oficio, el resto esclavitud”
Willian Richard Lethaby

Eso ya lo ha hecho Lucio. Me lo dijo con firmeza, tajante, sin queja, dando por zanjado un camino embarcado, ya explorado por otro, mientras rebuscaba un número de la revista de arte Guadalimar de principio de los ochenta. Me mostraba con sana envidia si es que esta existe imágenes y obras del taller del pintor Lucio Muñoz.

 —¿Pero si es muy bueno? Le dije. —Si, pero lo que yo hago, ya lo hace él.

Ese camino tan desligado de lo tangible, tan hermoso y potente, de maderas estructuradas, pegadas, lijadas, oscurecidas, matizadas, quemadas, de tonos y sabor a veladuras donde más que los pinceles, lo que adivinabas, porque lo veías, era todo ese esfuerzo, toda esa lucha titánica, mistérica, por transmitir algo más, debería encontrarlo por otras vías.

No, no creo que haya más honestidad que buscar tu propio camino, singularizar al máximo tu expresión hasta hacerla única, lograr que tu propio aprendizaje inexplorado se represente en tu sello de identidad.

No es fácil apartarte de quien ya ha dibujado y trazado caminos parejos, al fin y al cabo, posiblemente, lo único que sepamos hacer desde siempre, sea copiar, traducir e interpretar a nuestra manera lo que ya han hecho otros, lo que yo llamo babelia de cognados.

Esta reflexión viene al caso tras pasarme ayer por la fundación March, donde vi tantas exposiciones en los ochenta: Malevisch, Klee, Rothko, Kandinsky,… La actual del movimiento “Arts & Crafts”, de Willian Morris y compañía, tan arquitectónica y cuidadosa, (lo mayor y lo menor) artesana, me hizo detener ante la cita de arriba. Ese placer en el trabajo, por el trabajo, por el oficio —que palabra tan bella y desprestigiada— hecho arte, donde lo ocupado, se detiene, tan digno y lejos de lo deshumanizado y tecnológico, de lo maquinado y mecanizado. De las prisas.

A la tarde emergía con la familia como una hormiga más por la Gran Vía. Cómo si saliésemos por estas fechas de una hibernación absurda que mereciese con premura agenciarnos de género, para lo que se nos avecina en unos días. Muchas o pocas luces según se mire, sólo veía mucha humanidad apretujada, deshumanizada, otros oficios que ahora se llaman trabajos, seguramente mal remunerados, para grandes beneficios de grandes marcas, reclamos, consumo, miles de cajas registradoras, luces de neón y led, y ruido, mucho ruido:

Esclavitud.

Al igual que Morris él sabía que el acto creativo le producía y producía, el mayor de los placeres. Sus manos tan artesanas, educadas y formadas —era un dibujante excepcional— hacía ya tiempo que se habían desviado de lo figurativo. Era como si una vez más se hubiese demostrado a si mismo que pudiendo realizar lo que se propusiese, se obligase a avanzar más allá, y aunque le fascinase lo abstracto, seguía siendo cuidadoso en los detalles, equilibrado y humanizado, —tan hecho por un ser humano para otro ser humano—libre y orgulloso que su obra procuraba esa satisfacción, que era por lo que vivía, que no era otra cosa que el timbre propio de su creación.

El arte, como dice Lethaby, es humanidad hecha oficio, el resto, aunque no lo sepamos, esclavitud.


martes, 28 de noviembre de 2017

en soledad

Para crear (por definición el arte es la expresión de sensaciones, emociones e ideas a través de recursos plásticos, lingüísticos o sonoros) el artista necesita soledad. Por eso la busca, y cuando materializa su creación y la considera hecha, la expone.

Quién sabe si lo Incognoscible, en una supuesta amorosa soledad creativa, decide experimentalmente atomizarse infinitesimalmente en microscópicas criaturas conscientes a las que se es permitido crear (modificar su realidad) ya que, en su soledad, siente que no hay nadie con quien compartir su obra.

En esta hipótesis experimental localiza un pequeño planeta en el más absoluto aislamiento del universo donde se ubican siete mil millones de seres creados que se perpetúan en generaciones partiendo de un origen desconocido, pensantes —con conciencia, se supone— que con dificultades evolucionan y (sea arte o no) crean, llamémosle: “cosas”.

Nos permitimos poco estar en soledad, no queremos estar solos, nos asusta la soledad que nos reconoce en la mismidad, tan conscientes —salvo los inconscientes— de lo ínfimo que somos, que queremos pertenencia a grupos, reconocimiento y visibilidad.

Nacemos con todo el potencial del mundo, pero estamos permanentemente distraídos, mal educados, eligiendo caminos equivocados, conduciendo como buenamente podemos. No nos dieron un manual de instrucciones (o tal vez si) y si nos lo han dado no nos da la gana donde corregir nuestra atención. En lo tecnológico el algoritmo de la creación es imparable, en lo espiritual —nuestra conciencia— la lucha para que el progreso no olvide su origen, acongoja.

Si el amor cohesiona nuestra existencia, paradojas, impide nuestra soledad, del mismo modo que, a lo mejor, coarta nuestra infinita capacidad creadora, necesitada también en retiro de un cierto egoísmo.

Aprender a construir —que es crear— desde el amor; sea en soledad o en compañía, contribuyendo a nuestra manera, a la indescriptible obra de la creación, sin atacarnos, sería el objetivo, de momento utópico, donde advertimos que, si modificar la realidad es progresar, se hace con un alto precio, dejando demasiadas estelas a lo largo de siglos de dolor y sufrimiento, cada vez más alejados de la supuesta amorosa soledad creativa de dónde, en esta hipotética imaginación creada, partimos. 

miércoles, 15 de noviembre de 2017

su propia historia

Se había pasado cinco paradas. Ensimismado, abstraído, cuando levantó la mirada no dio crédito de donde se encontraba. Razones no le faltaban. Ideaba en su imaginación dar cuerpo a una historia y se vino arriba hasta el punto que, absorto, se le olvidó prestar atención a su destino. No le importó. El viaje que precisaba de un trasbordo quedó atrás. Delante, al salir a la superficie (porque no le apetecía cruzar el andén y devolver lo recorrido), respiró. Tal fue la inspiración que una ráfaga de viento quiso evanescer parte de los detalles formados. No era la primera vez que ocurría, pero esta vez a diferencia de otras, donde las musas tan alentadas como disipadas al contacto con la realidad escapaban a su control, sabía que el germen de la historia estaba agarrado.

Muchos fueron los caminos que en la vida se le ofrecieron y fue descartando. De ellos uno latente amenazaba ya hace tiempo con implosionar; Iba y venía, se dejaba ver, desesperaba a algunos, desaparecía. Eran intermitencias, asincronías sintonizando inverosímiles conexiones por canales presentes. Cuestión de tiempo era que la señal se estabilizase. Su trayectoria vital cómo una respuesta análoga se dejaba ver por las esporádicas entradas de su blog. Una recopilación atípica de escritos que pronto cumpliría una década, reflejo de su inmarcesible búsqueda transcendental. Inmaculado; sin publicidad, sin enlaces externos salvo algunos internos, sin ganancias. Un proceso inverso a lo que los cánones mandan; sin distracciones, sin comentarios, sin visitas. Sólo de vez en cuando su música acariciando palabras, enmarcando ideas inconclusas, cerrando o abriendo lo dicho. Un libro abierto donde el pudor no tenía cabida: Sólo él y su mundo. 

Su "axis mundi" mostrado.

Aprendió (y cuidado que le costó) que las distancias que manifiestan equidad desde un punto imparcial, en tiempos extraños de posicionamientos duales, polarizados, se confundían con tibieza y laxitud. Que, al dilema, le seguía el trilema y luego el tetralema, y, aun así, solo un centro que rotase sobre él y percibiese los trescientos sesenta grados de su existencia, le acercarían a desenmarañar la complejidad de su presente. El lamento de los últimos quince años sabía que acabaría pronto, supuestamente en los próximos meses, cuando se desbloquease esa realidad tan impuesta como necesaria e inamovible —ese tránsito plutoniano, aprendizaje inexorable, lento, cierto, desolador y presente, que tanto le había costado identificar y del que tanto le costaba desembarazarse. Y su centro su alfa y su omega observaba, escuchaba, sentía que para comprender lo que trasciende acompaña y guía esa abstracción profunda, esas entelequias que forjan historias, lo que él llamaba sus serendipias de billar—, sólo había que pararse, girarse despacio, salir a la superficie y agarrado a la vida, contar testigo presencial de su propia historia lo que había visto...


miércoles, 1 de noviembre de 2017

serendipias de billar

Creatividad, un valioso hallazgo que acontecía ocasional. 
El gato sagaz que no secuaz sonrió.
Fluía solo suyo y custodiaba en solitud su subconsciente: 
Una guía, una milésima y mil planos al azar.
Complacientes junturas daban respuestas expuestas. 
En eso creía, o eso creía.
Ante un embolado existirá un reparo, si busco remedios, encontraré coloides y si los accidentes dan resultados, ¡caramba! serán carambolas.
Las distracciones, que aun en la inopia acompañaban, esas, no se permitía mostrar.
A su majestad sólo le valía cautivar. 
Por sorpresa, eso sí, y sin pretender, que, por silencioso ya mostraba, cuando encontraba, chiripas:
Sus serendipias de billar.



Layla Frost
Album: solitude & meditation
Canción: solitude

jueves, 19 de octubre de 2017

axis mundi

"todo microcosmos, toda región inhabitada, tiene un centro, un lugar que es sagrado por encima de todo" 
Mircea Eliade


La pregunta directa recorrió el aforo. Pidió brevedad en las respuestas. Se abrió el turno:

—Mi familia, —mi vasito de vino comiendo, —recogerme en un templo, —meditar, —la siesta de los sábados, —mi huerto, —mi serie de televisión de los martes, —coger níscalos en otoño, —un enteógeno se atrevió a decir uno, —andar todos los días media hora…

La lista crecía todos tenían algo por lo que considerarlo. Las respuestas dibujaban un denominador común, fuera lo que fuese, era algo a proteger y considerado como suyo. Algo en cierto modo intocable.

Un axis mundi que ordenaba su caos.

Minutos después en la última fila del salón de actos un individuo se puso en pie. Fue el único que lo hizo. Midió los tiempos, después, su respuesta:

—El hueso sacro.

A continuación, un silencio. Todos volvieron la cabeza.

La ponente, un tanto sorprendida, se detuvo, le interrogó:

—¿Por qué lo considera usted?

Una voz serena y firme arrancó de su interior la respuesta, esa región inhabitada que conocía por ser el centro de su Ser:

—Hablo metafóricamente. Es cómo la dovela central del arco, la clave, la que transmite las cargas al suelo, la que soporta el peso, el que nos ayuda a mantenernos en pie, lo que, en la antigüedad, por valioso, lamentablemente, se ofrecía en sacrificio a los dioses. Nuestro orgullo cómo virtud, nuestro equilibrio por ser centro, la que permite a nuestro eje  ser rectos, impecables, lo que nos permitió evolutivamente enderezarnos, nuestra resistencia ante la injusticia, pero por encima de todo, lo que nos diferencia, porque representa lo más sagrado que todos portamos dentro, lo único intocable:

Nuestra dignidad.

De nuevo un silencio,... un aplauso, dos, tres,... todo el aforo en pie…

La pregunta formulada era: 

¿Qué es para usted lo más sagrado?


miércoles, 4 de octubre de 2017

postverdad

En la era de la “posverdad”: ¿Hay que ver para creer?

Los “tuits” se precipitan a velocidad de vértigo para su posterior difusión: ¡Donde sea!

Fulano (sólo por el hecho de ser un personaje político o público parece ser que tiene una especie de autoridad incuestionable) ha dicho que si tal que si cual.

En pocos caracteres que quede claro mi apabullante capacidad de síntesis de lo complejo.

Los ciudadanos ídem de ídem: Los “WhatsApp” ídem de ídem.

¡Queremos “flashes” instantáneos que certifiquen lo que sea! Quiero que se oiga mi voz en "faceboock": ¡Donde sea!

¡” Retuitea” coño!

Todos se llenan la boca agarrados a palabras como democracia o diálogo que den validez a sus argumentos: ¡Donde sea!

La disparidad de criterios: ¡Veinte mil manifestantes! Según fuentes de interior. ¡Un millón! según los organizadores: ¡Me lo expliquen por favor!

Una señora ensangrentada: ¡Es kétchup!  ¡Es del año dos mil y pico! ¡Es un “fake”!: ¡20.000 “retuits”! ¡En una hora!

Martillean discos duros para borrar pruebas, porque hacen trampas: ¡Y hay siguen!

Chaval no te escandalices: ¡Es que gobernar es muy difícil!: ¡Efectivamente SIN HACER TRAMPAS!

Las cadenas estatales de tv pasan. No hay noticia porque: ¡Te manejo como me da la gana!

Otra cadena se sobrepasa con tropecientos corresponsales, micrófono y cámara en mano, en cualquier rincón, en un maratón informativo. A las diez de la noche: ¡Récord de audiencia de la cadena!

No es legal, es legal. Hay que aplicar la ley: ¿Qué ley?

_Dime, ¿Cuál es la fórmula de la ley? ¿Cuál es La regla?

_La llamamos fe, que es lealtad.

_¿Pero es justa?

_No, ¡sólo es ciega!

Políticos nefastos confrontando a la ciudadanía: ¡Miserables!
Y es que:

“Somos allí donde no podemos pensar y pensamos allí donde no podemos ser”
Lacan

“Dios es el único ser que para reinar no necesita ni siquiera existir”
Baudelairre

“Todo es inextricable”
Los juicios determinantes de Kant

Y:

“Los neuróticos elevan murallas como refugio en la enfermedad para protegerse y resistir a costa de lo que sea”

Ya que:

  “ …En realidad cada hombre construye su vida sobre sus justificaciones”
Kafka



domingo, 1 de octubre de 2017

lo inmarcesible

El tiempo se estratificó en capas de hojaldre y los palimpsestos descubrieron arqueologías existentes donde las cañas araron, otrora, paisajes inmarcesibles.

Como si las ciudades escondiesen cauces pretéritos, huellas, en espera de volver a lo que la naturaleza y el hombre habían modificado.

Hasta su rostro terso desentonaba, sin surcos fruncidos por años, alisado por cirugías, mostrando apariencias. La imposibilidad de querer recuperar y volver por donde ya se había pasado.

Ansiaba la sencillez de lo claro, por diáfano y brillante. Lo luminoso, por inmaculado y puro. Sin dobleces, ni pliegues.

Buscando esa realidad veraz, como si la vida pudiese olvidar, en su enredo, su capacidad transformadora.

Lo simple reclamando anteponerse a lo doble, las circunstancias trenzando lo complejo y lo que se pliega, complicando y confundiendo lo estructurado.

Donde lo sincero clamaba imponerse a las trápalas, que, tramadas por mentes, reescribiendo, dejaron hojas, flor-estes de otra verdad, que, aunque oculta, no se había marchitado.


viernes, 15 de septiembre de 2017

entelequias

La palabra entelequia se la inventó Aristóteles para definir la perfección de lo inalcanzable, la fuerza vital donde el alma humana, el Ser (quien sabe si una ficción o quimera) te vela. La causa final del hombre que te lleva de cabeza en tu interior a la felicidad, tanto la contemplativa, que es pura divinidad aprendida y que te lleva a percibir, como la que te guíe, descubierta, en las potencialidades que todos llevemos dentro.

Aristóteles entendía que siempre y cuando el placer acompaña a la actividad y esa actividad es divina y vinculada a la virtud, te proviene, porque no, de una especie de buena suerte que, aun en la adversidad, te colma de lo necesario.

Lo llamó "eudaimonía" (los buenos genios o “daimons” velando por ti). Esa vida digna donde, tanto si se genera de forma sincera, ayudando, creando, como si se contempla de forma serena, conexionas con el Ser y produces esa suerte de regocijo auténtico.

El arte, la belleza, la demostración de amor, será por algo que creen felicidad, auténtica felicidad, seguramente por darse las condiciones que impone el alma para poseer y acercarte a la sabiduría.

Los sistemas de recompensa, de reequilibrio, secretan dopaminas y serotoninas entre otras, neurotransmisores, sinapsis neuronales, combinaciones de carbonos, hidrógenos, nitrógenos y oxígenos. Sus fórmulas se articulan regulando nuestros estados de ánimo y niveles de ansiedad, entre otros desde el placer, batidas de lo exultante, para difuminarse y evanescerse casi de inmediato sin darnos cuenta.

He visto y sentido, como otros, la dicha en los niños cuando juegan, siendo padre, agachándome a sus alturas, en ancianos avejentados por el inexorable tiempo sentados al cálido sol. En la contemplación de un castañar milenario en un bosque que temblaba de pura paz, en el silencio sobrecogedor de un templo espiritual donde te oías. En la creación artística, en la música, en su escucha, con algún que otro regalo, escribiendo, sintiendo que el poder de las palabras  alcanzan, se completan y generan bonanza tanto al ser pensadas, reflexionadas, como leídas.

Muchas de las anteriores fueron felicidades efímeras destellos puntuales, acciones necesarias, defensas para armonizar tensiones acumuladas, compensar sufrimientos, tristezas, discusiones, enfrentamientos, inevitables choques.

Aunque la visión reminiscente platónica, donde el alma humana ya lo conoce todo y sólo debe recordar, difiera de la visión eudemónica aristotélica, si contemplo la osadía de aunar ambas visiones.

La entelequia es posible, desde el entusiasmo “entheos” (los dioses dentro de ti) que te lleve desde esa ”fuerza vital” a esa senda de perfección (quimera inalcanzable) en tus acciones, desde la actividad que ejerzas, donde el momento presente se rinda y genere eudemonia y los genios buenos se alegren, orienten, enfilen, te adiestren y recuerden que no son fruto de tu imaginación sino que, por vida merecida, existen de verdad y te acompañan, porque en esencia, a pesar de lo mucho que nos lo complicamos, son así, seguramente por ser en el fondo parte fundamental de ti.

Y cuando más se han manifestado han sido en el aprecio sincero a los de tu misma especie, al desconocido que necesitado de  una sonrisa sincera, de un gesto sencillo, te ha devuelto una mirada de agradecimiento por demostrarle humanidad.


miércoles, 30 de agosto de 2017

de rutinas y derrotas

Queda poco para despedir agosto, para volver a la rutina, a lo sabido y trillado, a los caminos de siempre, el repetido año tras año. Este agosto donde se rompieron otras rutinas, se entrevieron derrotas, se asomó el fanatismo terrorista por las ramblas y se trataron de romper convivencias en Barcelona.

En lo personal si julio fue rutinario por tierras murcianas, parte de agosto, por tierras roteñas, anagramas y aliteraciones, como novedad, constataron mundos felices, derrotas aisladas, aislamientos por urbanizaciones ajenas a la realidad entre lagos artificiales, praderas inmensas, edificaciones al alcance de pocos, playas enormes y aves migratorias descansando. Todo un mundo ajeno.

La otra mitad de agosto, extraña, condicionada por la enfermedad de una persona querida, ha transcurrido entre mañanas de mates y física, pura racionalidad científica a enseñar de dos asignaturas descolgadas en junio. Poco espacio para apartarme e indagar por terrenos desconocidos.

Un mosquitero musical, un pajarillo menudo de tan sólo nueve gramos de peso, anillado por unos naturalistas, recorrió casi 2.400 km desde la isla Grosa en la Manga del Mar Menor hasta Nidingen en Suecia en tan sólo diez días. Toda una rutina estival aprovechando corrientes para llegar a su destino migratorio, marcada sin duda, por su extraordinario sentido de la orientación y sus genes heredados, no dudando que rutas tomar.

La naturaleza una vez más sorprende, el “Phylloscopus trochiles” exhibe sus canticos victoriosos anunciando su proeza, mientras el ser humano, una vez más, defrauda. No por su humanidad reactiva, solidaria ante el dolor en una semana que fue trágica en emociones de las que no nos hemos recuperado, sino por exhibir su derrota, marcada por su inconsciencia, señalando culpables, cruzando acusaciones, eludiendo responsabilidades, desde los medios, las instituciones, los políticos, los tertulianos, los blogs, las personas y algún que otro religioso, donde se evidenciaron absurdas creencias, lavado de mentes, e incomprensión por analizar de donde provienen estos lodos.

Poca reflexión, mucha opinión, mucho creo que…, pocas certezas, poco amor. Volveremos a los hábitos programados occidentales de trabajo, televisión, fútbol, ocio y consumo, a nuestro ejemplar sistema con videos “despacitos”, algunos con más de diecinueve millones de visualizaciones. Más adelante el verano dará paso al otoño y otras rutinas impuestas se verán salpicadas de inevitables tragedias. Será (cuesta trabajo creerlo), efectivamente, que no tenemos remedio.

La vuelta del mosquitero no será fácil, de momento no ha sido derrotado y sus posibilidades de supervivencia siguen intactas. El año que viene, si sobrevive, volverá a su rutina, pero a diferencia de nosotros, inconscientes pensantes —por definirnos de algún modo— sus enemigos los que tratan de derrotarle no serán ellos mismos, los de su propia especie.

No podemos decir nosotros lo mismo, tan faltos de humildad, tan arrogantes, tan imperfectos, tan soberbios, tan manipulables, tan programados, tan egoístas en nuestra subjetiva verdad.

Vivimos entre rutinas y derrotas anunciadas, entre asignaturas mal aprendidas y fracasos en convivencia, encorsetados por fronteras, faltos de mentalidad abierta que explore nuevos caminos menos trillados y se anuncien victorias conscientes, donde el amor (esperemos alguna vez lo consiga) derrote la inconsciencia del hombre.


domingo, 30 de julio de 2017

Danny boy

Danny boy:

Tres árboles te mecen al viento.
Un prado esmeralda. Un horizonte ondulado. Un cielo índigo.

Difuminadas brisas arrullan tu vida. 
Las melodías crepusculares. Los himnos majestuosos. Los estado de paz.

Una acuarela húmeda. Una canción irlandesa. Una interpretación preciosa.
Emotiva, honda, evocadora.

Danny boy:

Las hadas tocan el arpa, y sólo los ciegos que oyen, derraman lagrimas por ti.


Canción: Danny Boy
Intérpretes: 
Edward Simon, Stephen Keogh, Philip Donkin


ambrosías inalcanzables

Manjares, delicias, exquisiteces, alimentos. Los programas de cocina abundan. Es como un salto cualitativo que, de un tiempo a esta parte, televisivamente (que es como decir inductivamente) nos indican que pasemos de comer (como necesidad vital para subsistir) a demostrarnos, que hay que disfrutar de otra manera, comiendo. La ambrosía de los dioses tiene su homónima, su copia imperfecta en el disfrute sensorial terrenal. No nos bastará. Ellos seguirán siendo inmortales y nosotros cumpliremos ciclo. Eso si, a este ritmo, todos esferificando burbujas a baja temperatura con espumosos néctares en sifones, deconstruyendo nuestro gozo y deleite, derritiéndonos.

Volviendo a la necesidad vital, en un atiborrado supermercado de alimentos y de carritos rebosantes donde bulliciosas personas se atrincheraban de todo, entre ese desorden ordenado de personas y género, atisbe a un anciano. Posiblemente por una artritis avanzada su posición perpendicular entre tronco y piernas no pasaba desapercibida. Se apoyaba de una mano en un carro de la compra personal, de la otra, su fiel garrota. Cómo un ciclista, pero sin su medio, el cuello erguía una canosa cabeza oteando existencias a llevar. Su figura tragicómica, acompañada de bermudas y unos calcetines hasta la rodilla, enternecía. Su carro sólo buscaba necesidades vitales, y a pesar de todo se desenvolvía más ágil y diestro que una ardilla.

Si la vida es un juego melodramático donde atrapamos energía para perpetuarnos generacionalmente, esta broma “iocus” donde metafóricamente, a pesar de alimentarnos, nos carcomemos y apolillamos, enfermamos y envejecemos, esa energía, esa ambrosía sensorial explosión de sabores que, parece ser, si tu bolsillo te lo permite o dispones de tiempo y ganas por investigar, al alcance en occidente, inalcanzable en el tercer mundo, sonroja.

Acabar con el hambre es una obligación inexcusable del hombre, de momento, inexplicablemente inalcanzable. Pero saltado este paso, de aprender a comer de nuestros padres, como una vuelta de tuerca, nos aferramos al goce sensorial como si fuese otro único consuelo, otro inalcanzable manjar de dioses, que tampoco, nos garantiza ni la inmortalidad terrenal, ni la divinidad, sólo que, no sabiéndolo, de forma inconsciente para hacer esto más llevadero, como la belleza, las artes, vitaminas para nuestro Ser, lo intentamos.


martes, 18 de julio de 2017

estrellas

Miré al cielo estrellado. Era noche de julio. Aproveché un instante, un momento de esos que alzas la vista y tus pensamientos de agradecimiento buscan puntos luminosos. Donde te hinchas de luz. 

La guitarra se volvía a ajustar, se afinaba cada cuerda guiada por las teclas de un piano: un do, un sol, un mí, un re... y Gismonti, Piazzolla, Morricone, Haden, Satie o D´Jango, volvían a sonar. 

Las estrellas asombradas nos miraban (de hecho, lo hacían siempre) sólo que no lo sabíamos. 

Nos miraban a nosotros espectadores emocionados, del auditorio Parque Torres (un teatro al aire libre rozando el lleno), pero sobre todo a ellos dos: A Michel Camilo y a Tomatito, a un pianista de jazz y a un guitarrista flamenco dialogando: 

Descomunales, torrenciales, virtuosos, sutiles.

El escenario al lado del teatro romano de Cartagena. Sonando por "Agua e Vinho", por "Oblivion", por "Cinema Paradiso", por "Our Spanish Love Song", por "Gnoissienne", por "Nuages". 

En una noche serena ajustada en temperatura a brisas mediterráneas, envolviendo hechizos, transformando cuerdas de pianos y guitarras en magia. Fraseos y desgarros, alquimias, en arte.

Y las estrellas daban gracias: las de arriba y las de abajo, porque todos brillaban, brillábamos y así lo sentíamos.


jueves, 22 de junio de 2017

choca

Choca, choca... Lo veía venir, chocaba su palma con la tuya. No hablaba sólo acercaba su mano. Así que había que mirar para ver su gesto reivindicativo. Uno que pareciera afirmar algo bien hecho o simplemente la necesidad de saludar sin más.

A los niños les dedicaba más tiempo. Le miraban asombrados con una gran complicidad, le hablaban aunque desde mi posición no sé si les respondía. Me da que no.

Choca los cinco, aunque no lo dijese se sobreentendía. Chocabas a la primera y luego corregía. Cogía la mano con delicadeza como diciendo: —no así no con la palma boca abajo y los dedos (así te lo mostraba) curvados ligeramente en “u” hacia arriba.

Te enseñaba como arquearlos. Luego repetías el choca mal realizado según su explicación y así lo entendía, y ya bien ejecutado se iba a por la siguiente persona.

No se dejaba un viajero. Daba igual mayores, menores, mujeres, hombres. A un joven medio adormilado le cogió la mano. No respondía. Choca, pero el insistía, cómo no hizo caso siguió su camino. No hablaba con nadie.

Las bermudas le estaban grandes, o será que su estatura era baja, las sandalias de hebilla y portaba una mochila a sus espaldas, gafas de concha negras y una perilla de chiva estrecha. Tal vez veinte años. Vete a saber.

No pedía dinero. Sólo quería chocar su mano. Una mano menuda, flexible, que buscaba firmeza al contacto.

Cómo le veía actuar cuando se acercó, arqueé la mano. No hizo falta repetir el gesto. El resto cómo no miraba, encorvados con sus móviles, con la cabeza gacha, tuvo que aprender.

“Seguramente tiene algún problema mental” me comenta una pasajera que se sienta al lado en voz baja.

“No sé” la contesto convencido para mis adentros de que la verdadera soledad mental es la simbiosis de tanto pasajero agarrado a la tecnología. ”Cualquiera sabe que pasa por su cabeza” afirmo.

Me da por pensar que su decisión tiene que ver con la ola de calor. Que mejor que estar en el metro fresquito todo el día chocando manos extrañas. Celebrando por la línea, desde la cabecera hasta los pies, de parada en parada, no se sabe muy bien qué.

Como si hubiese ganado un punto, un juego, un set, un partido, una vida. Buscando complicidad desconocida, con la satisfacción del triunfo. Un gesto absurdo por desubicado, fuera de contexto, aparentemente desconectado de la realidad, buscando, queriendo la participación de todos. 

Tan sólo con la necesidad de saludar.

O a lo mejor sin ningún problema mental, sólo sintiendo, con la solemnidad del trabajo bien hecho, como si saliese del campo habiéndolo dado ya todo y nos tocase a los demás, entrar:

¡Choca!


martes, 13 de junio de 2017

barahúnda

El Discóbolo Castelporziano en el museo Nazionale de Roma es una escultura copia del famoso discóbolo de Mirón. En mármol, data de la época romana en la edad antigua. Eso sí descabezado, sin brazo, sin parte de una pierna y sin disco, que el pobre bastante tiene con aguantar hasta ahora.

De Alfonso Reyes escritor mexicano —poco conocido en España— decía Borges que era el mejor prosista en lengua española del siglo XX. Tal alabanza por parte de Borges lo leía en la contraportada (en la feria del libro) en un pequeño libro “El plano oblicuo” donde una serie de cuentos, relatos, ensayos o poesía breves,  continua, acercan según lo leído,  a su erudición exquisita.

Portada, solapa, la propia contraportada y prólogo hasta donde me dio tiempo fijaron mi atención.

Reyes reconocía, según palabras suyas, que pocos gestos humanos ejercían sobre él mayor influencia que las sonrisas: “yo las recojo, las estudio, las conservo con acucia de coleccionador”

Quizás fue porque el atleta griego se dobla en tensión oblicuamente en el instante anterior al lanzamiento del disco, que la editorial Drácena escogió como portada de la publicación de Reyes la copia descalabrada con la que empiezo este relato. 

Una respuesta irónica,  un juego —la que seguramente nunca le faltó a Reyes, del que no conozco su figura y obra— un guiño, una sonrisa, quien sabe, sus motivos siempre interesantes los habrán.

Será también porque recién había escrito “relatos oblicuos buscando una vez más esos movimientos en direcciones sentidas, recién venido de Marrakech en el pasado mes de abril, como Mac, el protagonista de "Mac y su contratiempo" el libro de Enrique Vila-Matas. Mac acabando su ficción aventurera o empezando su verdadero viaje al Adén.

Y porque se cruzaron dos WhatsApp que me mandaron de camino al paseo de coches. Dos hechos intrascendentes, si no observas, una foto del autobús del Deportivo Alavés, de camino también, a la final de la copa del Rey y una alerta advirtiendo de la precaución de evitar tumultos por riesgo de atentados.

A contra corriente pasando casetas de diagonal en diagonal, entre la barahúnda de familias y escritores  firmando sus “hijos”, a la caída de la tarde, en un ambiente festivo, con mi bolsa de gato, con Borges esencial adquirido, como respondiendo a una llamada, recuerdo ahora  estas palabras en retiro, las del "poco a poco":

“Por la razón que sea la atención se fija donde lo fijado ancla tu presencia para hacerte consciente. Tiempos estos en los que el “No me había fijado” escapa de su significación particular para hilvanar realidades generales ayudado inductivamente por tu Ser, desde la presencia, tu conciencia: La esencia de lo que somos”

En tiempos de interjecciones y risas cortas, de caracteres limitados, de emoticones absurdos, de poca reflexión, sonrío como Reyes de forma vaga y esbozo sonrisas recordando sincronías que anuncian paradas obligadas, copias desmemoriadas, juegos: ¡Ala y ves!, no temas, no te dobles, no te retires, poco a poco todo sale mejor…

Lo adquirí y ahora saboreo, como otros libros que me reclaman su atención. Como otra vida consciente, que enderezase todos los planos oblicuos que me acompañan.


Discóbolo Castelporziano

domingo, 11 de junio de 2017

arrobamiento

Vivimos en un gran vacío cósmico del orden de siete veces más que el promedio conocido, en un radio de 1000 millones de años luz. O sea, aislados. Lo confirma un estudio observacional de la astrónoma Amy Barger de la Universidad de Wisconsin–Madison. La noticia del siete de junio del presente año, nos indica algo así como que nos alojamos en el interior del hueco de un queso suizo, lejos muy lejos, de la mundanal cuajada cósmica tan atiborrado de galaxias, estrellas y planetas que conforman el universo conocido. 

Entendámonos: O estamos aislados en una incubadora a punto de nacer a la vida cuando se den las condiciones adecuadas y se separe el suero, o bien nos han recluido, aislados en un centro penitenciario, a la espera de cumplir condenas kármicas, o comportamientos mal aprendidos y volver a la fermentación galáctica. 

Para Von Daniken desde afuera —desde el queso emmenthal— nos ven como hormigas, más concretamente revela en una reciente entrevista a la pregunta de: ¿Cuál es el interés de los extraterrestres en nosotros? respondiendo: «No siendo nada. Absolutamente nada. Miramos a las hormigas, observamos grupos luchando unas con otras, pero no interferimos…» 

Desoladora respuesta.

El genial Networks nos definió hace tiempo, magistralmente, el queso gruyere: 

«Si la gente normal sospechara de la existencia de tan abrumadores universos de luz inteligente… nutridos de paisajes de SONIDO VISIBLE rebosantes de topologías de espacio y formas geométricas inéditas, surcados por evoluciones de fibras de pneuma y pleroma multicolor con tonalidades intermedias JAMÁS vistas que aparecen entre los matices del exiguo rango del espectro de radiofrecuencia que capta el ojo humano … cuyas emanaciones pueden ser escuchadas, palpadas, saboreadas y olfateadas en una sinestesia y mezcolanza de sentidos y sensaciones que solo provocan el asombro, arrobamiento y el gozo más sublime e inenarrable… si las gentes en general recordaran haber presenciado semejante paisaje de dicha, belleza y embeleso… al menos 3000 de los 7000 millones de habitantes del globo se habrían cortado las venas hace tiempo para acceder a tales dimensiones de percepción»

Mientras escribo estas líneas de fondo oigo el trino de los pájaros del vecindario, a Vassilis Tsabropoulos tocando Melos, a mi hijo preparando con su madre un examen de lengua. La percepción, de momento tan limitada a nuestro reducido espectro diseñado, en plena evolución, nos acerca, a poco que fuésemos sensibles y supiésemos captar, a esa descripción cósmica de sonido visible de asombro, arrobamiento y gozo que portaríamos caso de saber apreciarlo. 

La música, ya fuese la de los cantos de la naturaleza, la de sus silencios en las notas, o la de la ayuda de una madre a un hijo en sus estudios, su inefabilidad, su capacidad de conmover pareciera, ya fuésemos magistralmente incubados por nuestro astro rey u ocultos penitenciariamente formando parte del gruyere de la vida, decía, tan sólo dos opciones a sopesar. 

Que seamos o no observados, que les importemos o no, no influye, porque estoy convencido, nos cuidan, y a poco que les hagamos ver acerca de nuestra incipiente consciencia, de nuestra colosal capacidad creativa a través del arte, en un futuro se nos permitirá apreciar esas topologías inéditas, esas emanaciones sinestésicas para los sentidos, esa inenarrable experiencia de quienes nos llevan millones de años de evolución inteligente, que nos permitirá sin duda, su deleite y su gozo. 

Aún hay, a pesar de la barbarie humana, esperanza.



álbum: Melos
canción: Melos
intérpretes: Vassilis Thsabropoulos, Anja Lechner, U.T. Ghandi


jueves, 8 de junio de 2017

librepensador

Soy un individuo librepensador y consciente, indivisible, que crece, estima, compara, pesa, evalúa y trata de entender por completo lo que sucede y le sucede elaborando desde el respeto, aun equivocándome, juicios personales.

El sistema con el único objetivo de reglar la actividad colectiva según sus programaciones y su manera de unir y organizar lo indivisible, lo sabe, y no permite que se le cuestione. Si a algo teme sin duda es al individuo pensante por si mismo. Para ello, entre otras cosas, será que  vigile en guardia sin descanso.

Los sistemas de diversa índole, ya sean cerrados o abiertos, conceptuales o físicos, artificiales o naturales, dinámicos o estáticos, complejos o simples, inertes o vivos, se agrupan con objeto de perpetuarse o crecer. Ideologías políticas o religiosas dan muestra de ello a lo largo de los siglos.

Una sociedad, una comunidad de personas que se organiza permitiendo la desigualdad, desde la inconsciencia de su individualidad que le hace en su ego mirar para otro lado, donde el hombre consciente, así lo siente, está abocada, expuesta a un resultado determinado por lo general, nos guste o no, negativo, que producirá inevitablemente un daño o perjuicio en el sistema.

Por tanto, para agrupar individualidades, libres pensantes que no perturben al sistema, este necesita de personas justas, ecuánimes, equilibradas que luchen por una educación donde se aprenda a pensar, a razonar y combatir la desigualdad revertiendo al hombre inconsciente hacia la consciencia, donde el hombre sabedor de su propia existencia se solidarice, actúe, crezca, estime, compare, evalúe, entienda y respete todo lo que le sucede y sucede, de tal modo que el sistema, por necesario en el sentido de agruparnos en única dirección bien entendida, sea justo.

Los modelos actuales sintiéndolo mucho, y aunque parezca que favorezcan un determinado bien común, desde el momento en que, diferencian, explotan, se enemistan, se atrincheran cerrilmente en sus ideologías y credos, como sistemas cerrados, conceptuales, artificiales, estáticos, complejos, inertes, no valen, porque lo que necesitamos es apertura, flexibilidad, simplicidad, dinamismo, vida, naturalidad, para perpetuarnos como especie, de tal modo que nos respetemos en el presente y se nos respete en un futuro.

Individuos librepensadores, conscientes, agrupados en sistemas como seres humanos, moradores de este universo en este ínfimo punto azul, esta pequeña huella donde detenerse llamada Tierra, con la intención seguramente absurda e inútil para muchos, de tratar de entender de que va todo esto.


martes, 30 de mayo de 2017

borradores que corrijo

"No puede haber sino borradores, el concepto de texto definitivo no corresponde sino a la religión o al cansancio"
Borges

"No escribo. Corrijo"
Monterroso



Matizar, escoger, revisar, desechar, reescribir lo ya escrito, todo un recorrido oblicuo de realidades superiores contenidas, mostradas, agrupadas, expuestas, que acompañan y crecen. 

Reescribo en red, nada es concluyente, nada es preciso, ni sagrado, sólo permanentes borradores incansables que se redactan una y otra vez. 

Ideas rayadas que subrayan creaciones, universos personales. 

Solo somos, que no es poco, seres creadores, sin saberlo, de nuestra realidad subjetiva creada por nuestros pensamientos. 

Semillas estelares que no sabemos jugar (o nos cuesta o no nos dejan), ni disfrutar, de la maravillosa experiencia que es vivir, que es amar…


jueves, 11 de mayo de 2017

vibrisas

Bigotes de gato
 radar de lo que le rodea.
 Sensor que detecta
que identifica lecturas en vida.
Vibrisas localizando
señales que nos acompañan.