martes, 28 de noviembre de 2017

en soledad

Para crear (por definición el arte es la expresión de sensaciones, emociones e ideas a través de recursos plásticos, lingüísticos o sonoros) el artista necesita soledad. Por eso la busca, y cuando materializa su creación y la considera hecha, la expone.

Quién sabe si lo Incognoscible, en una supuesta amorosa soledad creativa, decide experimentalmente atomizarse infinitesimalmente en microscópicas criaturas conscientes a las que se es permitido crear (modificar su realidad) ya que, en su soledad, siente que no hay nadie con quien compartir su obra.

En esta hipótesis experimental localiza un pequeño planeta en el más absoluto aislamiento del universo donde se ubican siete mil millones de seres creados que se perpetúan en generaciones partiendo de un origen desconocido, pensantes —con conciencia, se supone— que con dificultades evolucionan y (sea arte o no) crean, llamémosle: “cosas”.

Nos permitimos poco estar en soledad, no queremos estar solos, nos asusta la soledad que nos reconoce en la mismidad, tan conscientes —salvo los inconscientes— de lo ínfimo que somos, que queremos pertenencia a grupos, reconocimiento y visibilidad.

Nacemos con todo el potencial del mundo, pero estamos permanentemente distraídos, mal educados, eligiendo caminos equivocados, conduciendo como buenamente podemos. No nos dieron un manual de instrucciones (o tal vez si) y si nos lo han dado no nos da la gana donde corregir nuestra atención. En lo tecnológico el algoritmo de la creación es imparable, en lo espiritual —nuestra conciencia— la lucha para que el progreso no olvide su origen, acongoja.

Si el amor cohesiona nuestra existencia, paradojas, impide nuestra soledad, del mismo modo que, a lo mejor, coarta nuestra infinita capacidad creadora, necesitada también en retiro de un cierto egoísmo.

Aprender a construir —que es crear— desde el amor; sea en soledad o en compañía, contribuyendo a nuestra manera, a la indescriptible obra de la creación, sin atacarnos, sería el objetivo, de momento utópico, donde advertimos que, si modificar la realidad es progresar, se hace con un alto precio, dejando demasiadas estelas a lo largo de siglos de dolor y sufrimiento, cada vez más alejados de la supuesta amorosa soledad creativa de dónde, en esta hipotética imaginación creada, partimos. 

miércoles, 15 de noviembre de 2017

su propia historia

Se había pasado cinco paradas. Ensimismado, abstraído, cuando levantó la mirada no dio crédito de donde se encontraba. Razones no le faltaban. Ideaba en su imaginación dar cuerpo a una historia y se vino arriba hasta el punto que, absorto, se le olvidó prestar atención a su destino. No le importó. El viaje que precisaba de un trasbordo quedó atrás. Delante, al salir a la superficie (porque no le apetecía cruzar el andén y devolver lo recorrido), respiró. Tal fue la inspiración que una ráfaga de viento quiso evanescer parte de los detalles formados. No era la primera vez que ocurría, pero esta vez a diferencia de otras, donde las musas tan alentadas como disipadas al contacto con la realidad escapaban a su control, sabía que el germen de la historia estaba agarrado.

Muchos fueron los caminos que en la vida se le ofrecieron y fue descartando. De ellos uno latente amenazaba ya hace tiempo con implosionar; Iba y venía, se dejaba ver, desesperaba a algunos, desaparecía. Eran intermitencias, asincronías sintonizando inverosímiles conexiones por canales presentes. Cuestión de tiempo era que la señal se estabilizase. Su trayectoria vital cómo una respuesta análoga se dejaba ver por las esporádicas entradas de su blog. Una recopilación atípica de escritos que pronto cumpliría una década, reflejo de su inmarcesible búsqueda transcendental. Inmaculado; sin publicidad, sin enlaces externos salvo algunos internos, sin ganancias. Un proceso inverso a lo que los cánones mandan; sin distracciones, sin comentarios, sin visitas. Sólo de vez en cuando su música acariciando palabras, enmarcando ideas inconclusas, cerrando o abriendo lo dicho. Un libro abierto donde el pudor no tenía cabida: Sólo él y su mundo. 

Su "axis mundi" mostrado.

Aprendió (y cuidado que le costó) que las distancias que manifiestan equidad desde un punto imparcial, en tiempos extraños de posicionamientos duales, polarizados, se confundían con tibieza y laxitud. Que, al dilema, le seguía el trilema y luego el tetralema, y, aun así, solo un centro que rotase sobre él y percibiese los trescientos sesenta grados de su existencia, le acercarían a desenmarañar la complejidad de su presente. El lamento de los últimos quince años sabía que acabaría pronto, supuestamente en los próximos meses, cuando se desbloquease esa realidad tan impuesta como necesaria e inamovible —ese tránsito plutoniano, aprendizaje inexorable, lento, cierto, desolador y presente, que tanto le había costado identificar y del que tanto le costaba desembarazarse. Y su centro su alfa y su omega observaba, escuchaba, sentía que para comprender lo que trasciende acompaña y guía esa abstracción profunda, esas entelequias que forjan historias, lo que él llamaba sus serendipias de billar—, sólo había que pararse, girarse despacio, salir a la superficie y agarrado a la vida, contar testigo presencial de su propia historia lo que había visto...


miércoles, 1 de noviembre de 2017

serendipias de billar

Creatividad, un valioso hallazgo que acontecía ocasional. 
El gato sagaz que no secuaz sonrió.
Fluía solo suyo y custodiaba en solitud su subconsciente: 
Una guía, una milésima y mil planos al azar.
Complacientes junturas daban respuestas expuestas. 
En eso creía, o eso creía.
Ante un embolado existirá un reparo, si busco remedios, encontraré coloides y si los accidentes dan resultados, ¡caramba! serán carambolas.
Las distracciones, que aun en la inopia acompañaban, esas, no se permitía mostrar.
A su majestad sólo le valía cautivar. 
Por sorpresa, eso sí, y sin pretender, que, por silencioso ya mostraba, cuando encontraba, chiripas:
Sus serendipias de billar.



Layla Frost
Album: solitude & meditation
Canción: solitude