Se había pasado cinco paradas. Ensimismado, abstraído, cuando levantó la mirada no dio crédito de donde se encontraba. Razones no le faltaban. Ideaba en su imaginación dar cuerpo a una historia y se vino arriba hasta el punto que, absorto, se le olvidó prestar atención a su destino. No le importó. El viaje que precisaba de un trasbordo quedó atrás. Delante, al salir a la superficie (porque no le apetecía cruzar el andén y devolver lo recorrido), respiró. Tal fue la inspiración que una ráfaga de viento quiso evanescer parte de los detalles formados. No era la primera vez que ocurría, pero esta vez a diferencia de otras, donde las musas tan alentadas como disipadas al contacto con la realidad escapaban a su control, sabía que el germen de la historia estaba agarrado.
Muchos fueron los caminos que en la vida se le ofrecieron y fue descartando. De ellos uno latente amenazaba ya hace tiempo con implosionar; Iba y venía, se dejaba ver, desesperaba a algunos, desaparecía. Eran intermitencias, asincronías sintonizando inverosímiles conexiones por canales presentes. Cuestión de tiempo era que la señal se estabilizase. Su trayectoria vital cómo una respuesta análoga se dejaba ver por las esporádicas entradas de su blog. Una recopilación atípica de escritos que pronto cumpliría una década, reflejo de su inmarcesible búsqueda transcendental. Inmaculado; sin publicidad, sin enlaces externos salvo algunos internos, sin ganancias. Un proceso inverso a lo que los cánones mandan; sin distracciones, sin comentarios, sin visitas. Sólo de vez en cuando su música acariciando palabras, enmarcando ideas inconclusas, cerrando o abriendo lo dicho. Un libro abierto donde el pudor no tenía cabida: Sólo él y su mundo.
Su "axis mundi" mostrado.
Aprendió (y cuidado que le costó) que las distancias que manifiestan equidad desde un punto imparcial, en tiempos extraños de posicionamientos duales, polarizados, se confundían con tibieza y laxitud. Que, al dilema, le seguía el trilema y luego el tetralema, y, aun así, solo un centro que rotase sobre él y percibiese los trescientos sesenta grados de su existencia, le acercarían a desenmarañar la complejidad de su presente. El lamento de los últimos quince años sabía que acabaría pronto, supuestamente en los próximos meses, cuando se desbloquease esa realidad tan impuesta como necesaria e inamovible —ese tránsito plutoniano, aprendizaje inexorable, lento, cierto, desolador y presente, que tanto le había costado identificar y del que tanto le costaba desembarazarse—. Y su centro —su alfa y su omega— observaba, escuchaba, sentía que para comprender lo que trasciende acompaña y guía —esa abstracción profunda, esas entelequias que forjan historias, lo que él llamaba sus “serendipias de billar”—, sólo había que pararse, girarse despacio, salir a la superficie y agarrado a la vida, contar testigo presencial de su propia historia lo que había visto...
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