viernes, 8 de diciembre de 2017

timbres

Toda obra de arte manifiesta que ha sido hecha por un ser humano para otro ser humano. El arte es humanidad hecha oficio, el resto esclavitud”
Willian Richard Lethaby

Eso ya lo ha hecho Lucio. Me lo dijo con firmeza, tajante, sin queja, dando por zanjado un camino embarcado, ya explorado por otro, mientras rebuscaba un número de la revista de arte Guadalimar de principio de los ochenta. Me mostraba con sana envidia si es que esta existe imágenes y obras del taller del pintor Lucio Muñoz.

 —¿Pero si es muy bueno? Le dije. —Si, pero lo que yo hago, ya lo hace él.

Ese camino tan desligado de lo tangible, tan hermoso y potente, de maderas estructuradas, pegadas, lijadas, oscurecidas, matizadas, quemadas, de tonos y sabor a veladuras donde más que los pinceles, lo que adivinabas, porque lo veías, era todo ese esfuerzo, toda esa lucha titánica, mistérica, por transmitir algo más, debería encontrarlo por otras vías.

No, no creo que haya más honestidad que buscar tu propio camino, singularizar al máximo tu expresión hasta hacerla única, lograr que tu propio aprendizaje inexplorado se represente en tu sello de identidad.

No es fácil apartarte de quien ya ha dibujado y trazado caminos parejos, al fin y al cabo, posiblemente, lo único que sepamos hacer desde siempre, sea copiar, traducir e interpretar a nuestra manera lo que ya han hecho otros, lo que yo llamo babelia de cognados.

Esta reflexión viene al caso tras pasarme ayer por la fundación March, donde vi tantas exposiciones en los ochenta: Malevisch, Klee, Rothko, Kandinsky,… La actual del movimiento “Arts & Crafts”, de Willian Morris y compañía, tan arquitectónica y cuidadosa, (lo mayor y lo menor) artesana, me hizo detener ante la cita de arriba. Ese placer en el trabajo, por el trabajo, por el oficio —que palabra tan bella y desprestigiada— hecho arte, donde lo ocupado, se detiene, tan digno y lejos de lo deshumanizado y tecnológico, de lo maquinado y mecanizado. De las prisas.

A la tarde emergía con la familia como una hormiga más por la Gran Vía. Cómo si saliésemos por estas fechas de una hibernación absurda que mereciese con premura agenciarnos de género, para lo que se nos avecina en unos días. Muchas o pocas luces según se mire, sólo veía mucha humanidad apretujada, deshumanizada, otros oficios que ahora se llaman trabajos, seguramente mal remunerados, para grandes beneficios de grandes marcas, reclamos, consumo, miles de cajas registradoras, luces de neón y led, y ruido, mucho ruido:

Esclavitud.

Al igual que Morris él sabía que el acto creativo le producía y producía, el mayor de los placeres. Sus manos tan artesanas, educadas y formadas —era un dibujante excepcional— hacía ya tiempo que se habían desviado de lo figurativo. Era como si una vez más se hubiese demostrado a si mismo que pudiendo realizar lo que se propusiese, se obligase a avanzar más allá, y aunque le fascinase lo abstracto, seguía siendo cuidadoso en los detalles, equilibrado y humanizado, —tan hecho por un ser humano para otro ser humano—libre y orgulloso que su obra procuraba esa satisfacción, que era por lo que vivía, que no era otra cosa que el timbre propio de su creación.

El arte, como dice Lethaby, es humanidad hecha oficio, el resto, aunque no lo sepamos, esclavitud.


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