Miré al cielo estrellado. Era noche de julio. Aproveché un instante, un momento de esos que alzas la vista y tus pensamientos de agradecimiento buscan puntos luminosos. Donde te hinchas de luz.
La guitarra se volvía a ajustar, se afinaba cada cuerda guiada por las teclas de un piano: un do, un sol, un mí, un re... y Gismonti, Piazzolla, Morricone, Haden, Satie o D´Jango, volvían a sonar.
Las estrellas asombradas nos miraban (de hecho, lo hacían siempre) sólo que no lo sabíamos.
Nos miraban a nosotros espectadores emocionados, del auditorio Parque Torres (un teatro al aire libre rozando el lleno), pero sobre todo a ellos dos: A Michel Camilo y a Tomatito, a un pianista de jazz y a un guitarrista flamenco dialogando:
Descomunales, torrenciales, virtuosos, sutiles.
El escenario al lado del teatro romano de Cartagena. Sonando por "Agua e Vinho", por "Oblivion", por "Cinema Paradiso", por "Our Spanish Love Song", por "Gnoissienne", por "Nuages".
En una noche serena ajustada en temperatura a brisas mediterráneas, envolviendo hechizos, transformando cuerdas de pianos y guitarras en magia. Fraseos y desgarros, alquimias, en arte.
Y las estrellas daban gracias: las de arriba y las de abajo, porque todos brillaban, brillábamos y así lo sentíamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario