El cigarro lo mordía encendido y
con una habilidad asombrosa rodaba el pequeño cilindro con su ceniza creciendo
en difícil equilibrio (de un lado a otro entre los labios) sin caerse. Al mismo
tiempo, envuelto en su propia nube de humo, observaba el avance de su obra.
Parado delante de ella podrían pasar minutos, horas o días. El cuadro capaz de
girarse trescientos sesenta grados de golpe, cómo si en su nueva posición se
alcanzase a entender su verdadero propósito, se dejaba hacer. Con energías
renovadas los brochazos parecían encontrar su sitio exacto.
Trapos, barnices,
pinturas, siempre me fascinó que albergaría su mente en esos instantes de
contemplación y posterior ejecución. ¿Un equilibrio de formas?, ¿una tonalidad
para compensar un espacio?, ¿Un estado de ánimo?.
Un día paseando de vacaciones nos
paramos ante una puerta de listones de madera encadenada a un cerrojo. Surgió
la idea de escribir una carta al señor Tapies:
"Estimado Sr. Antoni Tapies:
Esta puerta bien podría ser una obra suya. Es puro informalismo, pintura abstracta, o escultura matérica y a la vez llena de símbolos. Es una puerta vieja de dos hojas, parcheada de trozos de madera, desgarrada por el paso del tiempo, cerrada por un candado que une un alambre doblado que atraviesa cada hoja.
"Estimado Sr. Antoni Tapies:
Esta puerta bien podría ser una obra suya. Es puro informalismo, pintura abstracta, o escultura matérica y a la vez llena de símbolos. Es una puerta vieja de dos hojas, parcheada de trozos de madera, desgarrada por el paso del tiempo, cerrada por un candado que une un alambre doblado que atraviesa cada hoja.
Parece como si se aferrase a ser
cambiada mientras cumpla su función. Cada año, mientras dure y no la cambien,
sé que se enriquece en su vejez. Se oxida, se queman trozos, se arrancan otros
y surgen matices nuevos, calidades en sus formas y austeros colores, sin duda
alguna ante la indiferencia de los transeúntes y quién sabe si del mismo dueño
del local que protege, sé que lucha por vivir.
Su historia, la historia de esta
puerta es la que me permito contarle.
Seré breve:
Desde hace muchos años veraneo en
el mes de agosto en un apartamento en un pueblo de la costa malagueña en
familia. La descubrí hace ya unos años, caminando por la acera, en una zona
poco transitada, me sorprendió, y comenté al llegar a casa; “podría ser
perfectamente un Tápies”. He pasado minutos contemplando su existencia
y de momento, ahí sigue acoplada al
hueco del muro blanco que la rodea.
Cada año, en los días de asueto,
me acompaña y me despierto con las mismas reflexiones y me digo a mi mismo, y a
mis hijos, que tengo que escribirle una carta. Contarle esta historia que
envejece conmigo.
Finalizo y adjunto su foto
aprovechando para de forma sincera agradecerle toda la sabiduría que se
manifiesta en su obra y que, como en la puerta, me acompaña en esta
existencia".
La carta se envió hace unos años
aunque nunca se supo si llegó a buen puerto.
"Sabemos lo que se regaló pero no sabemos si se
recibió", me dijo un día en el que su memoria se paró delante de su puerta. "No
sabes cómo me hubiese gustado llevármela", comentó compungido.
Hacía unos pocos años que había dejado de fumar, pero sin necesidad de balancear un cigarro entre la comisura de sus labios para aplacar sus nervios, aun giraba sus cuadros para sentado en su sillón descubrir nuevos matices.
Al menos pensaba que su obra materializada y arrancada de la realidad ajustada a los límites de un marco (a diferencia de esa puerta encadenada que quiso rescatar) perduraría de por vida.