martes, 26 de mayo de 2015

la puerta

El cigarro lo mordía encendido y con una habilidad asombrosa rodaba el pequeño cilindro con su ceniza creciendo en difícil equilibrio (de un lado a otro entre los labios) sin caerse. Al mismo tiempo, envuelto en su propia nube de humo, observaba el avance de su obra. Parado delante de ella podrían pasar minutos, horas o días. El cuadro capaz de girarse trescientos sesenta grados de golpe, cómo si en su nueva posición se alcanzase a entender su verdadero propósito, se dejaba hacer. Con energías renovadas los brochazos parecían encontrar su sitio exacto. 

Trapos, barnices, pinturas, siempre me fascinó que albergaría su mente en esos instantes de contemplación y posterior ejecución. ¿Un equilibrio de formas?, ¿una tonalidad para compensar un espacio?, ¿Un estado de ánimo?.

Un día paseando de vacaciones nos paramos ante una puerta de listones de madera encadenada a un cerrojo. Surgió la idea de escribir una carta al señor Tapies:

"Estimado Sr. Antoni Tapies:


Esta puerta bien podría ser una obra suya. Es puro informalismo, pintura abstracta, o escultura matérica y a la vez llena de símbolos. Es una puerta vieja de dos hojas, parcheada de trozos de madera, desgarrada por el paso del tiempo, cerrada por un candado que une un alambre doblado que atraviesa cada hoja. 
Parece como si se aferrase a ser cambiada mientras cumpla su función. Cada año, mientras dure y no la cambien, sé que se enriquece en su vejez. Se oxida, se queman trozos, se arrancan otros y surgen matices nuevos, calidades en sus formas y austeros colores, sin duda alguna ante la indiferencia de los transeúntes y quién sabe si del mismo dueño del local que protege, sé que lucha por vivir. 
Su historia, la historia de esta puerta es la que me permito contarle. 
Seré breve:
Desde hace muchos años veraneo en el mes de agosto en un apartamento en un pueblo de la costa malagueña en familia. La descubrí hace ya unos años, caminando por la acera, en una zona poco transitada, me sorprendió, y comenté al llegar a casa; “podría ser perfectamente un Tápies”. He pasado minutos contemplando su existencia y de momento, ahí sigue acoplada al hueco del muro blanco que la rodea. 
Cada año, en los días de asueto, me acompaña y me despierto con las mismas reflexiones y me digo a mi mismo, y a mis hijos, que tengo que escribirle una carta. Contarle esta historia que envejece conmigo.
Finalizo y adjunto su foto aprovechando para de forma sincera agradecerle toda la sabiduría que se manifiesta en su obra y que, como en la puerta, me acompaña en esta existencia".

La carta se envió hace unos años aunque nunca se supo si llegó a buen puerto.

"Sabemos lo que se regaló pero no sabemos si se recibió", me dijo un día en el que su memoria se paró delante de su puerta. "No sabes cómo me hubiese gustado llevármela", comentó compungido.

Hacía unos pocos años que había dejado de fumar, pero sin necesidad de balancear un cigarro entre la comisura de sus labios para aplacar sus nervios, aun giraba sus cuadros para sentado en su sillón descubrir nuevos matices. 

Al menos pensaba que su obra materializada y arrancada de la realidad ajustada a los límites de un marco (a diferencia de esa puerta encadenada que quiso rescatar) perduraría de por vida.

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