Tiene ochenta y tres años.
Encorvado como unas viejas que pintaba hace años, esas de pañuelo en cabeza y nudo en garganta, ha acabado en perfecta simbiosis mimetizado entre su obra y él. Ahora su vida se resume a dormir, levantarse y sentarse frente a la caja tonta, que es así cómo él la llama. No oye mucho pero dice que se entera de lo que ve.
No consiguió integrarse, chocó con todas esas normas absurdas, burocracia infranqueable de los poderosos. A los galeristas de arte los mandaba bien lejos: "No fastidie que se queda con un cuarenta por ciento y encima yo enmarco las obras. Pues va a ser que no". Portazos de esos hubo unos cuantos.
Su obra es increíble. Acotada a los límites de una casa de noventa metros cuadrados, que digo, a un cuarto, su pequeño cuarto de nueve metros cuadrados, la escala de su creatividad se contuvo hasta donde pudo. Cuadros o esculturas grandes (lo que se dice grandes) no hay. No lo conoce nadie, y su obra podría estar colgada al lado de cualquiera de los de su generación: Tapies, Lucio Muñoz, Feito, Sempere, Saura, Guerrero, Torner, Canogar, qué sé yo.
Cómo el agrimensor del Castillo de Kafka, no entiende mucho. O tal vez entiende demasiado. Demasiado cuando en su limitada y contenida biblioteca se amontonaban libros y más libros de ensayo y arte. Cuando adivinabas en ella libros como "Tener o ser" de Erich Fromm, o libros de filosofía oriental Zen. Mal encaminado nunca fue, y ya hace años de eso.
Por cierto la persona a la que me refiero es mi padre, un entrañable, iracundo y genial (de genio) anciano, con un universo interior plasmado en una obra, obsesionado por las cajas, los garabatos, los laberintos, las viejas, incomprendido, y lo digo y escribo ahora con lágrimas en los ojos que muy posiblemente cuando se tenga que ir se quedará con las ganas de saber si lo que hizo, con tantas limitaciones, anteponiendo a los suyos por encima de su obra y de a lo que verdaderamente se hubiera querido dedicar, vale.
Por lo material no, eso lo sabemos los que le conocemos. Pero el valor de la obra de un artista se mide enfrentada a la mirada expuesta, a la observación desconocida, por la capacidad de emocionar sin saber, sólo entendiendo que detrás hay sinceridad, trabajo, y un universo interior que mostrar. ¿Qué es sino la creatividad?
Todo eso lo he aprendido de él y a él se lo debo.
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