Cuatro, o seis, o tal vez más atrás, hace diez o quince
años. ¿O serán ya treinta? Quizás fue a partir de ese día, uno que tocó nadar
sólo, volar libre, enfrentarse a la vida sin saber muy bien a qué. Sería con dieciocho
imberbes años, los que uno oficializaba, con orgullo, y con un despiste tan
épico y monumental como duradero con el paso del tiempo.
Ahora miro atrás y pareciera que es tarde, cómo si al mirar
uno se reprochase no haber reflexionado sus acciones, no haber sido más
consciente de sus actos, no haber elegido un camino más adecuado.
No hay árbol que el viento no haya sacudido, dice un
proverbio hindú, y no lo digo porque la
vida la entienda uno en sufrimiento. No, es más bien que el viento de la vida precisa
de las hojas para hacerse notar y nosotros somos esas hojas, que sacudidos cada
día en experiencias, incluso a veces muy fuertemente, le decimos al viento que
aunque nos doble en infinitas direcciones le va a costar tumbarnos.
Pero esta reflexión, al menos en días cómo hoy, casi da
vergüenza hacerla. Noticias como el nuevo terremoto de Nepal o la de un joven
en el que una organización, por llamarle algo, le meten escondido en una maleta
por una cantidad de dinero para "entrarlo" en esta España en crisis, te golpean y
recuerdan nuestra, en el fondo, cómoda existencia. A nosotros nos sacudirá el
viento pero a muchos el viento literalmente les arranca de raíz sus
posibilidades de existencia vinculadas o agarradas a algo que les garantice no ya un futuro mejor, sino un
presente menos doloroso. Nuestros problemas no dejan de ser nimios comparados
con la realidad de muchos de nuestros congéneres.
Y no se a vosotros pero en lo que a mí respecta, duele.
No hay comentarios:
Publicar un comentario