martes, 12 de mayo de 2015

somos hojas a merced del viento

Cuatro, o seis, o tal vez más atrás, hace diez o quince años. ¿O serán ya treinta? Quizás fue a partir de ese día, uno que tocó nadar sólo, volar libre, enfrentarse a la vida sin saber muy bien a qué. Sería con dieciocho imberbes años, los que uno oficializaba, con orgullo, y con un despiste tan épico y monumental como duradero con el paso del tiempo.
Ahora miro atrás y pareciera que es tarde, cómo si al mirar uno se reprochase no haber reflexionado sus acciones, no haber sido más consciente de sus actos, no haber elegido un camino más adecuado.
No hay árbol que el viento no haya sacudido, dice un proverbio  hindú, y no lo digo porque la vida la entienda uno en sufrimiento. No, es más bien que el viento de la vida precisa de las hojas para hacerse notar y nosotros somos esas hojas, que sacudidos cada día en experiencias, incluso a veces muy fuertemente, le decimos al viento que aunque nos doble en infinitas direcciones le va a costar tumbarnos.
Pero esta reflexión, al menos en días cómo hoy, casi da vergüenza hacerla. Noticias como el nuevo terremoto de Nepal o la de un joven en el que una organización, por llamarle algo, le meten escondido en una maleta por una cantidad de dinero para "entrarlo" en esta España en crisis, te golpean y recuerdan nuestra, en el fondo, cómoda existencia. A nosotros nos sacudirá el viento pero a muchos el viento literalmente les arranca de raíz sus posibilidades de existencia vinculadas o agarradas a algo que  les garantice no ya un futuro mejor, sino un presente menos doloroso. Nuestros problemas no dejan de ser nimios comparados con la realidad de muchos de nuestros congéneres.
Y no se a vosotros pero en lo que a mí respecta, duele.

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