jueves, 22 de junio de 2017

choca

Choca, choca... Lo veía venir, chocaba su palma con la tuya. No hablaba sólo acercaba su mano. Así que había que mirar para ver su gesto reivindicativo. Uno que pareciera afirmar algo bien hecho o simplemente la necesidad de saludar sin más.

A los niños les dedicaba más tiempo. Le miraban asombrados con una gran complicidad, le hablaban aunque desde mi posición no sé si les respondía. Me da que no.

Choca los cinco, aunque no lo dijese se sobreentendía. Chocabas a la primera y luego corregía. Cogía la mano con delicadeza como diciendo: —no así no con la palma boca abajo y los dedos (así te lo mostraba) curvados ligeramente en “u” hacia arriba.

Te enseñaba como arquearlos. Luego repetías el choca mal realizado según su explicación y así lo entendía, y ya bien ejecutado se iba a por la siguiente persona.

No se dejaba un viajero. Daba igual mayores, menores, mujeres, hombres. A un joven medio adormilado le cogió la mano. No respondía. Choca, pero el insistía, cómo no hizo caso siguió su camino. No hablaba con nadie.

Las bermudas le estaban grandes, o será que su estatura era baja, las sandalias de hebilla y portaba una mochila a sus espaldas, gafas de concha negras y una perilla de chiva estrecha. Tal vez veinte años. Vete a saber.

No pedía dinero. Sólo quería chocar su mano. Una mano menuda, flexible, que buscaba firmeza al contacto.

Cómo le veía actuar cuando se acercó, arqueé la mano. No hizo falta repetir el gesto. El resto cómo no miraba, encorvados con sus móviles, con la cabeza gacha, tuvo que aprender.

“Seguramente tiene algún problema mental” me comenta una pasajera que se sienta al lado en voz baja.

“No sé” la contesto convencido para mis adentros de que la verdadera soledad mental es la simbiosis de tanto pasajero agarrado a la tecnología. ”Cualquiera sabe que pasa por su cabeza” afirmo.

Me da por pensar que su decisión tiene que ver con la ola de calor. Que mejor que estar en el metro fresquito todo el día chocando manos extrañas. Celebrando por la línea, desde la cabecera hasta los pies, de parada en parada, no se sabe muy bien qué.

Como si hubiese ganado un punto, un juego, un set, un partido, una vida. Buscando complicidad desconocida, con la satisfacción del triunfo. Un gesto absurdo por desubicado, fuera de contexto, aparentemente desconectado de la realidad, buscando, queriendo la participación de todos. 

Tan sólo con la necesidad de saludar.

O a lo mejor sin ningún problema mental, sólo sintiendo, con la solemnidad del trabajo bien hecho, como si saliese del campo habiéndolo dado ya todo y nos tocase a los demás, entrar:

¡Choca!