Una muchedumbre formada por más de cien mil personas de
diferentes partes del mundo acompaña a un DJ (disc jockey) de música
electrónica. Entronizado en un escenario cual si fuera un altar, el personal
entra en trance con un “subidón” de adrenalina, que hace casi innecesaria la
ingesta de alcohol o drogas. O al menos eso parece. El público mayoritariamente
veinteañero se mueve al compás del sonido dance y electro pop que marca el
sacerdote electrónico. Todos llevan una pulsera identificativa que permite en
todo momento controlar los movimientos del personal dentro del recinto por su
seguridad. El acontecimiento dura unos cuantos días donde se suceden diferentes
sacerdotes electrónicos con su homilía musical donde los fieles profesan su fe
incondicional al espectáculo organizado.
No, no es una novela "Orwelliana". Sólo son
nuestros chavales disfrutando de su bendita juventud. Uno, y ya queda lejos,
participaba de igual modo de estos acontecimientos musicales si bien diferentes
en cuanto a los gustos musicales que se llevaban, por aquellos años de la
movida en conciertos por el madrileño Paseo de Camoens.
Algunos de ellos se volverán a reunir de forma masiva cada
semana entorno a veintidós jugadores en cualquier estadio de fútbol, en otro
ceremonial, o en soledad frente al televisor, quien sabe si para olvidar la
cruda realidad. Lo harán ya de por vida, y cuando rocen la cincuentena se
acordarán del "gurú" electrónico que en su juventud les hipnotizaba
de igual modo que el fútbol, al compás de una música repetitiva.
Con el tiempo puede que musicalmente se refinen y prefieran
deleitarse con otro tipo de músicas, e incluso poco a poco vallan olvidándose
de ese opio del pueblo y en un intento de búsqueda de comunicación interior se
muestren atentos a otros sonidos. Sonidos como los de un suave riachuelo, o el
trino de unos pájaros entonando sus cánticos en cualquier campo o bosque
cercanos, sintiendo de cerca la brisa y el aire puro entrando en sus pulmones,
saboreando de otro modo lo que es la vida. Esa vida que de joven se vivía a
toda máquina, sin reflexión alguna como no fuera la de saber cuándo sería el
próximo concierto o partido de tu equipo preferido.
Hoy son sacerdotes electrónicos, hoy son deportistas,
modelos ficticios de una juventud, ídolos de una élite inalcanzable. Ayer eran
grupos de música pop, y los mismos ídolos del balón.
Podemos pensar que en el fondo las cosas no han cambiado
tanto como para pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero lo
importante independiente de tu edad, ya sea a través de experiencias propias o
por propia evolución quizás sólo sea que. al menos en algún instante de tu
vida, tomes conciencia ontológica de ti mismo. Si todos lo hacemos, el cambio
estará hecho, porque el cambio efectivamente, es individual e intransferible.
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