martes, 24 de septiembre de 2013

los últimos ventiún segundos

Oficialmente en un calendario cósmico que reflejase la historia del universo comprimida en un año, toda la historia de la civilización humana ocurriría en los últimos veintiún segundos del último minuto, del último día del año, en el mes de diciembre. Pero no se piensen, los neandertales nos los encontramos en los tres minutos anteriores, los primeros primates el día anterior en la última hora, la extinción de los dinosaurios más o menos a medio día del mismo treinta, y su irrupción el día veinticinco, los reptiles el veintitrés, las primeras plantas el diecinueve, y el origen de la atmósfera el día uno.
Si todo esto ocurre en el mes de diciembre, para enterarnos de cuando se originó el sistema solar nos tenemos que ir al mes de septiembre cuando a primeros y al final del mismo aparece la vida en la tierra. El origen de nuestra galaxia nos llevaría al mes de enero al final del mismo y el origen o “big bang” en el instante o primer segundo del día uno obviamente del mismo mes de enero.
Se quedan cortos los veintiún segundos actuales dentro de los últimos diez minutos del último día del año, frente a los cinco días de dominación “dinosáurica”. Los reptiles nos llevan ocho días de ventaja y las plantas (posiblemente las más inteligentes) doce días, no digamos ya la presencia de oxígeno tan necesaria para nuestra existencia, para el día uno del mes de diciembre, ni que decir si nos comparamos con relación al famoso instante o “big bang” del mes de enero.
“Yo pensaba y creía” es toda una frase que encierra hasta qué punto no somos ni siquiera capaces de ubicarnos en escala, con todo lo que conlleva de humildad y consciencia de saber desde cuando y donde estamos.
Dicen que los límites inexpugnables de las leyes físicas que nos recuerdan nuestra finitud nos las impone el hecho, al menos mientras vivamos, de existir no más allá de la órbita de Saturno.
Aun así, yo pensaba y yo creía, aunque no sabía en el fondo que no pensaba, mucho menos ni en que creía. Y, aun así, de nuevo, como dice Edward de Bono, autor del “El pensamiento lateral”:
“No tienes que ser inteligente, pero yo creo que tienes que ser abierto a las posibilidades y estar dispuesto a explorar. La única gente estúpida es aquella que es arrogante y cerrada.”



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