Hubo un día en que una ola vomitó una gran caracola.
Ondulando
por el mar bailando entre algas y sirenas, llego a la orilla, y de ese pacto
provechoso con el viento, tras recogerla, se escuchó en la espiral de su concha,
notas y recuerdos musicales.
La hermosa caracola de mar, era de la especie tritón, y acabó
expuesta en una tienda de artículos marinos.
Todos los días de camino a ensayar, se paraba delante de ella y pensaba si aparte de oír musas inspiradoras zumbando sus labios sobre una boquilla, levantaría y calmaría tempestades a su
antojo.
Será por eso, por su tremenda fuerza, qué los componentes de
su grupo con admiración cuando tocaba le apodaban, el hijo de Poseidón.
Un día decidieron que, para no asustar a quienes no entendían de los mensajes de las
profundidades, regalarle una sordina.
Amortiguada su potencia, su maravilloso sonido llegó, si no con
toda la fuerza inicial, si con la suficiente nitidez que quiso.
Y fue entendido por todos.
Y fue entendido por todos.
Y efectivamente logró sus propósitos, ya que levantó y calmó tempestades a su
antojo.
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