Rescato de un escrito y atraigo al presente, reescribo, cual, si su presencia no formase parte del pasado, cómo si su mensaje se apoyase en una atemporalidad, aún pendiente, sin resolver:
Hablo de bondad.
La bondad como la máxima manifestación de la
inteligencia, como una inclinación natural que descubramos, porque tenerla la
tenemos, para hacer el bien.
Intuyo desde mi idealismo más consciente que el
verdadero cambio de la humanidad, y debe de hacerlo sin dejar de amar sea lo
que quiera amar, sea a través de una disposición sin vacilaciones hacia la
bondad.
La humanidad precisa de infinita bondad. Haciendo el
bien cuidándote tú y cuidando a los demás con una disposición permanente,
cohesionas y armonizas la realidad y lo haces a través de lo que te puede
diferenciar de otros seres cuál es tu inteligencia consciente.
La bondad es ese AMOR con mayúsculas, manifestación
infinita de tu máxima inteligencia, armonía y conexión de todo lo que se nos
está permitido descubrir.
Sabemos amar de todas las maneras y formas posibles,
pero aún no sabemos cómo hacer el bien, como inclinarnos hacia este, ya que
ello implica empatía hacia el prójimo, condescendencia y comprensión hacia
otros y no lo tenemos y nos cuesta demostrarlo para quien con nosotros no la
ejerce.
Si estamos en esta vida desterrados, sin memoria o caídos, no es por no saber amar, sino por no haber aprendido la lección de cómo hacer el bien a nuestros semejantes.
Esta, y no otra, es la disyuntiva que ya
arrastramos desde hace mucho tiempo y sigue presente en este fin de ciclo, y
las malas noticias son que aún no sabemos cómo solucionarlo, siquiera porque
muchos no lo consideran un problema.
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