Las noches eran estrelladas, como granos de azúcar esparcidos, limpias e inmensas.
Las mañanas escarchadas y húmedas, de recuerdos nocturnos, con acordes de trinos de vuelos imposibles, juegos de pareja, de salto en salto al cobijo de árboles centenarios.
Las tardes, tranquilas y serenas con perfumes de encinas, chimeneas encendidas, al abrigo venidero de aires penetrantes y limpios, sin dióxidos, ni retenciones, ni prohibiciones.
Sólo humos y oxígenos, mezclas de embrujos placenteros.
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