Cuando apagaba la luz de la
mesilla al cerrar los ojos e irse a dormir siempre escuchaba música. Era en
plena oscuridad cuando su oído sin distracciones prestaba toda la atención a
las vibraciones que se organizaban en notas, cuando las columnas de aire en su
medio, tan elástico, tan capaces de variar su densidad se acercaban al misterio,
para dar paso, a otros misterios.
En esos momentos a la vista o a la
boca para ver o revelar secretos no se les estaba permitido actuar, pero sus tímpanos
no tenían prohibición de recibir cuantas secuencias de ondas sonoras quisiera.
Tan ajustadas a leyes armónicas, a melodías y ritmos, que le relajaban,
producían placer y se anticipaban a los profundos sueños venideros que Morfeo pretendía
implantar.
Sonaba un magnífico piano de cola
Steinway D, el más majestuoso, e imaginaba halos suaves de terciopelo, atmósferas etéreas, tal vez brumas, la tenue luz de la alcoba aun no apagada, aureolas íntimas, el silencio
arrancado, la magia, seducción y complicidad de espacios girados y
convertidos en una, dos, tres…, octavas a escalar. Y una Nix captaba y avanzaba. Fue misty, ahora era velvet, después...
...su secreto no era abrir los ojos
para ver, utilizar su boca para hablar, o acariciar un seno de mujer. Su
mistérica forma, la que le anunciaban sonidos de labios cerrados, era esa
hipnótica manera de sentirse acompañado en la oscuridad; sin distracción, donde
acallar su mente, cerrar los ruidos del día y sucumbir a otra realidad. Era abrir la llave, desde un tacto bello, suave, acompasado y musical.
Michiel Borstlap
Velvet
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