“Toda obra de arte manifiesta que
ha sido hecha por un ser humano para otro ser humano. El arte es humanidad
hecha oficio, el resto esclavitud”
Willian Richard Lethaby
Eso ya lo ha hecho Lucio. Me lo
dijo con firmeza, tajante, sin queja, dando por zanjado un camino embarcado, ya
explorado por otro, mientras rebuscaba un número de la revista de arte Guadalimar de principio
de los ochenta. Me mostraba con sana envidia —si es que esta existe— imágenes y obras del taller del pintor Lucio Muñoz.
—¿Pero si es muy bueno? Le dije. —Si, pero lo
que yo hago, ya lo hace él.
Ese camino tan desligado de lo tangible,
tan hermoso y potente, de maderas estructuradas, pegadas, lijadas, oscurecidas,
matizadas, quemadas, de tonos y sabor a veladuras donde más que los pinceles,
lo que adivinabas, porque lo veías, era todo ese esfuerzo, toda esa lucha
titánica, mistérica, por transmitir algo más, debería encontrarlo por otras
vías.
No, no creo que haya más honestidad
que buscar tu propio camino, singularizar al máximo tu expresión hasta hacerla
única, lograr que tu propio aprendizaje inexplorado se represente en tu sello
de identidad.
No es fácil apartarte de quien ya ha dibujado y trazado caminos
parejos, al fin y al cabo, posiblemente, lo único que sepamos hacer desde siempre,
sea copiar, traducir e interpretar a nuestra manera lo que ya han hecho otros,
lo que yo llamo babelia de cognados.
Esta reflexión viene al caso tras pasarme ayer por la fundación March, donde vi tantas exposiciones
en los ochenta: Malevisch, Klee, Rothko, Kandinsky,… La actual del movimiento “Arts
& Crafts”, de Willian Morris y compañía, tan arquitectónica y cuidadosa,
(lo mayor y lo menor) artesana, me hizo detener ante la cita de arriba. Ese
placer en el trabajo, por el trabajo, por el oficio —que palabra tan bella y
desprestigiada— hecho arte, donde lo ocupado, se detiene, tan digno y lejos
de lo deshumanizado y tecnológico, de lo maquinado y mecanizado. De las prisas.
A la tarde emergía con la familia
como una hormiga más por la Gran Vía. Cómo si saliésemos por estas fechas de
una hibernación absurda que mereciese con premura agenciarnos de género, para
lo que se nos avecina en unos días. Muchas o pocas luces según se mire, sólo
veía mucha humanidad apretujada, deshumanizada, otros oficios que ahora se llaman trabajos, seguramente mal remunerados, para grandes beneficios de grandes
marcas, reclamos, consumo, miles de cajas registradoras, luces de neón y led, y ruido,
mucho ruido:
Esclavitud.
Al igual que Morris él sabía que
el acto creativo le producía y producía, el mayor de los placeres. Sus manos
tan artesanas, educadas y formadas —era un dibujante excepcional— hacía ya
tiempo que se habían desviado de lo figurativo. Era como si una vez más se
hubiese demostrado a si mismo que pudiendo realizar lo que se propusiese, se
obligase a avanzar más allá, y aunque le fascinase lo abstracto, seguía siendo cuidadoso
en los detalles, equilibrado y humanizado, —tan hecho por un ser humano para
otro ser humano—libre y orgulloso que su obra procuraba esa satisfacción, que
era por lo que vivía, que no era otra cosa que el timbre propio de su creación.
El arte, como dice Lethaby, es
humanidad hecha oficio, el resto, aunque no lo sepamos, esclavitud.