jueves, 21 de enero de 2016

palmeras en el tropezón

Una esbelta y exótica palmera rodeada en tiempos de un ajedrezado solado bifurcando caminos, antaño de alberos. Ahora aislada en la desoladora planicie de un parque, que ya no es.

El último vestigio del jardín del tropezón, de lo que fue hace años un pequeño parque con este nombre. A la salida de la casa de los abuelos, plantada según cuentan las crónicas por el abuelo José, aún recuerda con su presencia, esa que fue nuestra, mil imágenes, sonidos y fragancias de infancia.

La de veranos nocturnos con sillas, conversaciones y abanicos a la puerta, rodeada de esencias de jazmines en la combinación de la abuela. Con el ruido de fondo de la chiquillería subida a una fuente agotada en la que nunca vimos agua correr. 

Oía como las motos rugían ya desde la siesta importunando puntualmente casi lo único que podías hacer y observaba a las salamanquesas en la noche como se acercaban sigilosas a las candelas nocturnas con ventosas y lengua presta.

Creció asombrando una esquina. De la otra en frente divisaba a su hermana gemela, la que custodiaba la calle Picasso.  Al sur, bien cerquita, a la altura de sus hojas, se cruzaba miradas con el mirador cubierto, el de las persianas venecianas intocables. Flanqueado por dos balcones del salón de una enjalbegada casa familiar grapada en su progreso, como todas las casas antiguas, con horizontales y desordenados cables blancos en fachada.  Del otro una conexión al pueblo, la calle de la estación, anunciando a lo lejos otros vecinos desconocidos. A su espalda, la puntual y ruidosa Isaac Peral, la de las sumergidas siestas de verano.

Grillos, gatos, perros, gorriones, hormigas, palomas, lagartijas y algún que otro roedor, sus fieles compañeros. Y los naranjos también. Tan aseados de aromas, que se alineaban con la acera a la caída de la tarde reverenciando paseos tranquilos. Su posición dominante, su altura imponente y las ramas arqueadas en racimo cubriendo y persistiendo en el tiempo conformando un tropezón para detenerte, presentes.

El último enlace de un pasado, en su esbelta dignidad, actualizado su espíritu, aun forma parte de nuestra memoria y su alma aguanta presente entre nosotros, que los que la conocimos rodeados en su infancia, sabemos de ello.