martes, 29 de noviembre de 2016

ingenium

Había un diálogo latente, incipiente, casi kantiano entre sus obras y los demás. No es que sus obras hablasen, es que, como manifestación suya, se expresaban cuando eran contempladas a la espera de contestaciones imposibles que descubriesen su presencia. 

Esa belleza en lo conceptual (lo concebido, lo contenido), capaz de conmover por lo sublime.

No me mires si en mí buscas delicadezas renacentistas. No me deprecies, por querer buscar naturalezas, cánones y proporciones regladas donde no los hay. No me ignores si al verme no encuentras el retrato exacto de una realidad reconocida e imitada. 

Piensa si además de cubrir tus espaldas, aprecias en mí, sin mayor interés, la capacidad de transmitir.

Los hubo, los más, que pasaron delante y no se detuvieron, otros miraban sin saber que veían, y unos pocos se dieron cuenta, y en su presencia, y en presencia, iniciaron conversaciones silenciosas, turbados, porque reconocieron en su “ingenium” al genio, donde la naturaleza, de otra manera, reglaba su arte.