Vayamos hacia atrás desde el
ahora, el presente. Parece ser que perdimos la inmortalidad. Aterrizamos, y nos
convertimos en caídos. Dejamos de atraer carga.
Se necesitaba, porque esta carga generaba, cuales niños que juegan en
cualquier cultura, felicidad, éxtasis. Como se perdió, como olvidamos como
tener felicidad, buscamos una adicción un sustituto del aceite de “masaha” (la
palabra mesías, proviene de aquí del antiguo hebreo, ungir), de ese aceite de
sangre menstrual, que tal Vírgenes Vestales daban a los bebes, para atraer
carga, para almacenarla, para que el ADN implosionase y cual viajeros del
tiempo navegásemos entre las estrellas.
Esa adicción, no fue otra que ese
"polvo monoatómico" de oro, una sagrada comunión, donde los ojos se
convertían azules y las enfermedades crónicas desaparecían, ese generador
eléctrico, ese maná, esa ostia de trigo en la tradición cristiana, esa chispa
química.
Pero esa adicción conllevaba un
problema:
¡Te podía costar tu alma!
Lo que ahora nos toca está en
corregir el error, aunque más bien pareciera que estemos rehaciendo su error. Poner foco, centrar la atención, dejar escuchar en el cerebro, de entre los
miles de pitidos, a nuestros ancestros sintonizando a través del ADN para que
este detone y nazca. Porque si existe un verdadero ego (ese campo plásmico con el
que nos identificamos) este se ha de basar en el amor, en la compasión, en la
capacidad de sentir el dolor fuera de ti como propio, y cuando más atraigamos
carga más sentiremos que podemos compartir, de tal modo que nuestra áurea
crezca, se haga poderosa y nos conduzca exitosamente navegando a la
inmortalidad de donde vinimos...
...Y tal vez... se nos permita, mediante
vórtices de carga, atravesar agujeros de gusano...
Texto literaturizado de notas
tomadas de la conferencia dada por Dan Winter en Barcelona, sobre los orígenes
del ADN humano y su vinculación con los anunnaki y la civilización sumeria.
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