Una persona inocente es una persona que no huele mal: (in=no,
y ocencia derivada de ocena que
significa mal olor fétido). Los recién
nacidos, los bebes, huelen bien, serán esos talcos para “el culete” y las colonias al uso para niños. Recuerdo a
mi madre cuando ejerció por primera vez de abuela, que decía que hasta las
deposiciones tras la lactancia materna de su nieta olían bien. Aunque pueda
parecer escatológico llevaba razón y quien
haya pasado por esta experiencia seguro que así me lo corroboraría.
Otra acepción que encuentro, últimamente me asombran las
etimologías de las palabras, habla de in nocens. Y nocens viene de nocere, “hacer daño” por tanto inocente sería que no hace daño, que no hace el mal.
Si en el origen somos inocentes, su opuesto el destino es también la otra cara
de la inocencia. Y si nuestra
experiencia de vida tiene un origen y un destino, el camino será no perder de
vista en ningún momento, que es estar atentos,
la inocencia. Porque una persona inocente es aquella que no concibe ni
siente el mal y no se siente mal, que
está en paz, libre de culpa, y encima, escuchen y luego perciban y sientan, a ver si aprendemos algo:
¡Huele bien!.
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