¿Dónde las historias son? y donde las historias Son.
Dónde como adverbio y donde como pronombre. El lugar tildado preguntando para reconocerse y lo relativo a lo que antecede, ambas con necesidad de ubicarse para saber si están o hay que ir a buscarlas.
La historia como pasado contado, hasta donde se recuerda, protohistoria, prehistoria, arqueología documentada donde, en la antigüedad hace mucho, lo oído era narrado tanto si era cómo si no lo era, porque se preguntaba y los eventos recordados, historias, se transmitían para trascender al principio, perpetuados entre piedras, tablillas y cilindros.
Todas las historias observadas ocupan un sitio. Unas se escriben y se documentan como experiencias vividas, otras entre adornos, escenas y hechos se reconstruyen a base de terceros. Y así se imaginan. Muchas se quedan retenidas en nuestras memorias sin poderse rescatar.
Verdaderas o ficticias existen para ser contadas. Presentes cuando las experimentas desde el Ser, este, con la capacidad de ocupar espacios donde el tiempo no existe ni la mente lo sabe, se alegra, y tú, te capacitas para expresar por escrito lo que sabes que viviste, para confirmar al verdadero yo, ese que te acompaña y que es tu Ser, que tu historia que es la suya, y él lo sabe, es contada porque debe ser conocida.
Cuando logras entender que algo cercano te empuja para ser escrito. Donde las historias Son porque son verdaderas.
Será que todos tenemos historias que contar y ahora tecleadas en ordenadores se perpetúan archivadas por los rincones de tus discos duros.
Ésta, bien pudo empezar así:
¿Dónde?
…Me recuerdo gateando entre cacerolas en la cocina de casa, jugando y oyendo su ruido, mientras mi madre hacía la cena a la caída de la tarde. El pasillo era enorme, así me lo debería parecer, muy largo desde mi limitada perspectiva a ras de suelo, y las cacerolas las empujaba al pasillo en un intento de, con la excusa de cogerlas, de recorrer e investigar el resto de la casa antes de que, ante mi inconsciente curiosidad, se me recluyese en la cárcel de un parque a medida, reducto seguro materno a prueba de escapatorias no vigiladas…
Este inicio es el resumen de mi vida. Una búsqueda constante de identidad que se zafa continuamente de una cárcel mental. Las cacerolas hacen ruido. Y el ruido alerta para que lo que es regulado por otros sea fácilmente observable. Al progreso le gusta reconocer sus ruidos, y si afinas los tuyos te persiguen por los largos pasillos de la vida, de camino de nuevo al parque de la seguridad conocida.
Un día se me ocurrió abrir la puerta de casa. Mi incipiente gateo había adquirido una movilidad asombrosa gracias a un taca-taca. Una especie de bólido investiga habitaciones, con la peligrosa idea de escapar de casa. La inconsciencia se topó con un abismo de peldaños, un precipicio por el que me caí con consecuencias taquicárdica para la responsabilidad de una madre abrumada por la culpa.
¡Ay esos parques carcelarios lo bien que cumplen su función! se repetía entre lágrimas mientras me mecía en un intento angustioso de consolar a un intrépido y curioso aventurero dolorido en su rostro.
¡Ea, ea, ea! Las consecuencias, sean o no ciertas, saldrían años más tarde cuando una aguileña nariz decidió doblarse más de la cuenta. Mi madre siempre repetía (las madres siempre se repiten) que esa nariz torcida fue el resultado de rodar escaleras abajo. Por supuesto no estoy por la labor de llevarla la contraria.
Este, históricamente hablando, parece que fue mi primer golpe en la vida, pero no el que más me ha dolido.
La lección de aquel golpe me descubrió, ese otro donde, que cuando estás indefenso y dolorido buscas para tu mayor consuelo y que siempre es al abrigo de los tuyos, que en el fondo Son, los que de verdad te quieren….
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