Doce las estaciones por las que el metro pasaba. Un baremo que describe la situación anímica de una ciudad, o quien sabe si seguramente de una nación.
Ese día no era tan temprano como otros, el que dejaba ver a estudiantes y trabajadores de camino a sus destinos. Más avanzada el día, a las diez de la mañana, con algunas sillas vacías, aún quedaba algún que otro trabajador rezagado, universitarios y jubilados de camino a sus destinos.
Una mujer de apariencia joven entró en el vagón. Iba aseada sin pintar, con el pelo recogido. De complexión delgada, vestía con vaqueros y una limpia blusa blanca. Una cartera en bandolera, cruzaba en diagonal y marcaba su frágil silueta. No debía tener más de treinta años. Con una voz dulce y profunda se dirigió a los viajeros:
«Disculpen. Soy licenciada en bellas artes, monitora de baile, tengo dos hijas pequeñas, soy autónoma, actualmente no tengo trabajo. Les agradecería una ayuda si me comprasen alguno de los marca-páginas que llevo. Algunos los realizo yo y otros son de artistas conocidos. Muchas gracias»
Nos remitió a una página web que no alcancé a oír. Me sentaba en una esquina del vagón. Del otro al fondo, un viajero pareció adquirir algunos.
Su posterior recorrido hasta donde me encontraba, en la otra esquina, reflejó la angustia de una madre impotente girando su cabeza de un lado a otro suplicando en silencio que algún viajero la ayudase.
Todo un interminable recorrido anunciaba la impotencia y el drama de querer salir adelante para sacar a los suyos desde lo que sabía hacer, tan lejos como estaba de ello. Donde la dignidad, aun perdida por las circunstancias, la portaba firme con su valentía.
Alce la mano llevaba unas pocas monedas. Le pedí que me enseñase sólo los que eran suyos. Se detuvo en su madeja. Con un exquisito cuidado me seleccionó los que más apreciaba: «Este me gusta mucho y este otro también»
Sus delgadas manos anunciaban sensibilidad, su expresiva cara, profundidad en la mirada, su voz, dulzura quebrada. Las adquirí, le deseé toda la suerte del mundo. Se bajó en la parada siguiente.
En el otro vagón un saxofonista se contorneaba al compás de un sonido que no me llegaba. Sólo el silencio estremecedor que separan dos vagones, el mismo del recorrido anterior, con el ruido de fondo de un tren que escupía y tragaba silencios y dramas, realidades, incomprensión y sobre todo dolor.
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