Un punto de tangencia, tan sólo un punto rozado físicamente, o no rozado, pero presente en un instante cuántico. A partir de ahí la relación entre ambos, entre esos duendes y él, cómo un privilegio de tactos conexionando terapéuticamente masajes y puentes etéreos, ambos en el mismo hogar.
Lo tangible, tangente, lo intangible para los intransigentes, inexistente. Pero el contacto (les guste o no) a los señores de su ciencia, dogma y control, tan cierto, como presente.
Pidieron silencio, o así se interpretó. Y no sé si es para advertir que el silencio salvaguarda raciocinios en este mundo de dementes, donde, para algunos, los desequilibrados son los que descubren, o bien por guiar salvoconductos que diesen impunidad hacia otros mundos donde esperasen (ojalá así fuese) al verdadero.
Las cinco estaciones de Plaza de Castilla a Tres Olivos tangibles y que impidieron el trasbordo, donde agarró el germen de su propia historia, inquieta. Será (cosa absurda) por lo que saben que sabes y no quieres que digas, no porque justifique lo que se insinúa y equivocadamente se pudiera interpretar. Total esto no interese a nadie.
Mientras, interrumpen conexiones físicas disponibles, porque monitorean persistentemente cuando se menciona (o se escribe desde el corazón —como en este preciso instante—) su farsa.
Y otros duendes siempre acompañan, y a lo mejor si mandan callar desde el clamor, es cuando el pensamiento deshace cronologías de tiempos donde sientes y les dices a la cara —por desamparar al prójimo que sufre— como bien dijo alguien muy cercano, algo tan obvio, y que no les gusta por tramposos, como que:
“Esta realidad —y añado, la que ellos te imponen— es una chapuza”
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