Lo asió, se agarró, y sujeto, se sujetó.
En el principio, en su nuevo comienzo, el acto reflejo lo situó. La “prehensión” la consciencia todavía incipiente de sí mismo relacionado a su medio, a un nuevo medio, como si supiese de la presencia de la gravedad —la que te hace caer— la sintió por primera vez.
Todo era denso, extraño, sentía frío y desnudo se expresaba expandiendo en llanto sus pulmones. Y por eso, por si acaso, porque todavía no alcanzaba a ver, o comprender, sintió miedo y sus dedos cerraron sus delicadas manos con la pretensión de coger.
Antes habitaba en la expansión y era vida, tal vez otra vida o otra forma de vida, pero vida en definitiva. No necesitaba prensión alguna. Era energía que se alimentaba así misma en una epopéyica existencia, inabarcante, indescriptible, inasible...
Aun así, decidió capturar energía de otra forma, miniaturizar y probar su expansión y crecimiento desde la comprensión, sin la aprensión o el temor infundado de lo no habituado, arrancando desde un incipiente reflejo, tan sólo presente en un principio instintivo de supervivencia.
Y se posó.
Y más adelante, cuando creció, sus manos las expandió, como la expansión precede a la comprensión. Y sus dedos presionaron las teclas de la vida, para con posterioridad, en el final, permitir afirmar no sin dudas, que había intentado agarrar, más le baqueteó, la vida.
Y será que todo comienzo aventura asir un final que sólo es frontera por un instante...
Que todo final es tan sólo un nuevo comienzo...
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