viernes, 6 de abril de 2018

prosopopeyas presentadas

La personificación o prosopopeya es un recurso literario fabuloso. Atribuir cualidades humanas a objetos o cosas inanimadas, retratar delante de la máscara, desde lo racional, lo pensado o sentido dotando de vida lo inmóvil e inerte nos acerca a esa capacidad que tenemos de crear e imaginar todo un mundo olvidado en nuestra infancia donde fabulábamos historias dejando volar nuestra imaginación. 

El siguiente escrito apareció a mis ojos rebuscando entre las cosas de mi viejo. Un escrito precioso que retrata conversaciones entre colegas, la emoción que siente un cuadro a la espera de ser expuesto a la mirada de nosotros, los que seguramente no veamos, ni sintamos, ni a ellos, ni a nosotros mismos.

Demasiadas máscaras con apariencia de vida se mueven sin saber que no están vivas. Mientras los cuadros de la vida esperan con deferencia, una simple mirada nuestra diferente a la que habitual e indiferentemente mostramos.

 

Carta de presentación. 1967
(Título provisional)

"Me presentaré: Soy un cuadro que espera con impaciencia ser admitido para luego ser expuesto; Estoy impaciente, repito, pero sin aburrirme, pues mis compañeros no dan más que motivos de distracción, unas veces amenos y alegres, otros no tanto.

Desde el día en que nos trajeron (a mi me dejaron mi progenitor y un amigo de él) el tiempo pasa lentamente. Nos cogen a unos pocos del suelo para ser examinados en donde estamos dejados caer contra la pared. Pero, en vez de mirar a ella, ahora nos damos la cara con la mayor naturalidad; no sentimos ningún complejo. 

Sólo tenemos esa ilusión de ser colgados, que, para nosotros, los cuadros, es la vida. (Si colgaran a nuestros autores lo pasarían bastante mal y creo que más de uno de mis compañeros, en su fuero interno, lo están deseando).

El otro día, un gran óleo me contaba lo que padeció en el tratamiento que le habían dado. Me decía que su pasta era apretujada, sesión tras sesión, por la espátula y que sentía como le dolía la tela y le crujía todo el bastidor.

Sin embargo, una “acuarelita”, comentaba que había sido tratada con suma delicadeza y que su autor había tenido la deferencia de calentar el agua antes de pintar su blanca cartulina.

¡Los grabados!... estos señores son serios y pocos amigos de la conversación, quizás por lo que han sufrido en su proceso. No así las litografías, que son bastante alocadas, como sus primos hermanos los monotipos.

Los dibujos me dan que pensar. El otro día comentaba de ellos con una fotografía que había a mi lado: No sé quién dijo que los dibujos eran un poco “estirados” y que parecen aristócratas venidos a menos. Salí en defensa de ellos: Quizás se estiren porque se creen (y en parte tienen razón) los precursores de todo cuadro, sin ellos, la mayoría de nosotros no podemos crecer. 

Buena se armó: Salieron los abstractos diciendo a coro que ellos no los necesitan ni los necesitarán.

Los volúmenes también tienen sus corrillos. Hablan muy alto o muy bajo y con un lenguaje estremecedor, y aunque no los entendemos demasiado, se presume en ellos demasiado sufrimiento.

También les hablé de mi aventura, desde el blanco de mi infancia hasta el final. Comenté que fui tratado unas veces con cortesía, otras con desdén, hasta el extremo de haber sufrido un lapso en que fui olvidado, aunque finalmente fui puesto en tratamiento en el cual, penosamente casi muero quemado por una estufa.

Como veis, os he contado un poco, a salto de mata, lo que aquí sucede hasta que somos admitidos o no.

Son situaciones sin importancia para algunos, pero muy deseadas para la mayoría de nosotros, máxime estando “en capilla”, en que parece ser, se necesita más de la compañía de nuestros semejantes.

Atentamente les saluda uno que sólo pretende, por ahora, ser admitido y por tanto ser mostrado, pidiendo con todo respeto, en este último caso, la deferencia de una simple y sencilla mirada”



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