Su experiencia le sobrecoge, cómo trémula es la sacudida que tambalea los principios que le impusieron. Asombro y conmoción.
Las dimensiones cósmicas de lo inexpresable, en un todo asociado. La perceptibilidad confirmando a gritos llamadas imposibles. Fracturas en esta verdad, de la Verdad, tan silenciadas y silenciosas como reales abriéndose paso, dejando entrever rincones dimensionales.
Seguro que entre las figuras estaba José el carpintero el de los ciento once años de vida. El humano justo, temeroso de Dios, vaso contenedor arquetípico, que trabajó toda su vida con sus manos.
Los “Shabti” representación del séquito sirviente, se los llevaban los faraones y personas importantes para que en “la otra vida” se continuasen con las tareas terrenales.
Toda una vida de sacrificio, trabajo y de servicio al elegido, ad-infinitum.
El humano de a pie, no tendrá sequito sirviente que llevarse, aunque a veces, estando por aquí, como padres, nos aprovechemos y le pidamos a los hijos colaboración en ciertas tareas que no nos gustan.
humanos, Shabti, esclavos sin saberlo, con su trabajo, inconscientes en su servilismo con la esperanza de la liberación del “tripalium” que portan según los principios que le impusieron.
Humanos, libres, conscientes, sin jerarquías piramidales de servilismo a ningún amo, buscando los auriculares inalámbricos en las cajas, para que le conexionen con humildad, al menos, a alguna certeza objetiva verdadera, entre tanta ilusión, fascinación y engaño.
Arriba, en otros mundos, o quién sabe si por aquí bien cerca, algo o alguien, te muestra en silencio Verdades absolutas.
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