Una célula portadora de vida se defiende con los
medios que dispone, desde el mismo instante en que conocedores de su existencia
pretenden su asalto los temibles virus. Aunque sea sólo el virus de un puñetero
catarro.
Si el ser humano se entendiese como un ente
programado, o alguien o algo pretendiese programarlo, la conclusión sería que
nuestras acciones estarían encaminadas a un objeto. Toda programación contiene
un orden de actividades, y realizar ciertas tareas en un tiempo ya determinado,
su objeto. Cómo si ciertas ordenes ya “pre-escritas” buscasen su momento.
El programa embrionario de un gen lumínico alojado en
el interior de un Ser, a la espera de gestarse, se prepara para alumbrar. Y su
objetivo es nacer.
En una lejana galaxia en la infinitud del universo, una estrella de plasma, un sol mediano en edad en plena madurez calienta su
infinitesimal embrión. Más adelante entre dos planetas una primera barrera, un brazalete repujado de asteroides, impide y regula el paso. Y más
lejos otros planetas orbitan, incluido uno con anillos, que, custodiado de
sus satélites en una segunda barrera protegen y aseguran al gen.
La perla de la autoconsciencia pretende entreabrirse, salir del vientre de la madre. Condenada hasta ahora como estaba en su
destierro al ostracismo, escondida en un brazo lateral de una pequeña galaxia,
a lo mejor incluso inadvertida, lo portado de muy dentro reclama su presencia.
El universo en su expansión, repleto de vida, tan
proclive al caos como al amor se estremece en su silencio y se prepara para
acoger lo qué en su día programó.
Lo programado, que no vírico, no tiene marcha atrás muy a pesar del implacable ejercicio de control ejercido hasta ahora.
Nuestros miedos, los ancestrales, tan reales por
sobrevivir y los imaginados, tan azuzados por terceros son consecuencia
lógica de nuestro irracional comportamiento. La hermética barrera cerradura
que impide nacer.
Portadores de ese gen desde el día que se conoce su
existencia (autoconsciencia), se pretende nacer.
La vida es un universo secreto. Es una batalla interna que desconocemos pero que podemos ganar cuando sabemos con qué: Amor, y de qué o quién: De la inconsciencia vírica, debemos defendernos.
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