sábado, 19 de mayo de 2018

el buscador de tejas

El buscador de tejas se detenía si escudriñaba en el campo construcciones en ruinas medio absorbidas de vegetaciones y escombros, donde, testigos de otra época, sobrevivían las pocas curvas de arcilla que quedaban.

Mientras más antiguas mejor.

Silicatos de cobijas y canales imperfectas, semi-tronco cónicas, las árabes hechas a mano, restos de otros tiempos, eran sus joyas.

Las de más calidad (las más curvas y enteras) las ponían de pie ya fuese por su base corta o larga. Otras rescatadas necesitadas de ayuda para no caerse o tener desperfectos también se salvaban.

Las observaba intentando descubrir sus huellas.

El buscador de tejas las limpiaba con cuidado deshaciendo musgos adheridos, patinas de vejez, gotas resbaladas.

No Importaba su interior a resguardo o su exterior a intemperie.

Las rescataba para otros fines. Las imprimía formas, tonalidades, les pegaba materiales, maderas, bolas de acero, hierros. Las perforaba, dibujaba laberintos, las acicalaba de barnices y perfumes.

Sin límites como soporte, las arcillas aguantaban cinceles que labraban, y lo moldeado reconocible renacía esculpido con sentido diferente.

Los ejércitos de metáforas donde lo inmanente de algún modo (si como antagónico es posible), buscaban nuevos huecos en aparadores y columnas salomónicas, en hogares con decoro que es decencia—, para trascender.

El buscador de tejas se atraía a lo urbano, a la ciudad de cemento, al hogar (su cobijo) los resguardos que protegieron inclemencias del pasado.
 
Maneras de formar desde el agua y la tierra, la plasticidad y la dureza, antes inclinadas, ahora erguidas, de muestras adheridas, surcaban sus lomos de barro.

Las ventanas desplazadas observaban estaciones y el buscador de tejas modificaba los tejados de la creación:
El buscador de tejas creaba.









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