El “Ser” —la existencia, la vida— es un estado de desequilibrio perpetuo en permanente movimiento. El equilibrio perpetuo conduce de forma inexorable a la nada, lo cual no nos impide intuir que desde la quietud apreciemos mejor lo que se mueve a la percepción de nuestros limitados sentidos. Al menos equilibrados —serenos, sobre todo emocionalmente— desparramamos menos.
Científicos recién han descubierto un nuevo tipo de materia; El “cristal de tiempo”. Materia no equilibrada que se repite en el tiempo y oscila de forma indefinida en su estado fundamental sin energía alguna en un movimiento perpetuo, aunque más bien, para ser exactos, se dé bajo determinadas circunstancias. Algo así como responder (manifestar que recibe algún tipo de energía) única y exclusivamente con el paso de Cronos.
En el estado de punto cero un material no se mueve. Un diamante está en equilibrio, inmóvil, invencible. Repite en el espacio una estructura regular inalterable donde la energía no se conserva y se logra romper la simetría de traslación espacial.
Con los “cristales de tiempo” lo que se logra romper es la simetría de traslación temporal.
La ley de la conservación de la energía afirma que la cantidad total de energía en cualquier sistema físico aislado (sin interacción con ningún otro sistema) permanece invariable con el tiempo, aunque dicha energía puede transformarse en otra forma de energía.
En esto de cristalizar —convertirse en cristal— por aquello de ser trasparentes, desde el punto de vista de cambiar de estado por procesos químicos y reordenar los átomos de forma ordenada, se aprecia (se quiera o no) la transformación a otro estado, y el diamante tras haberse formado millones de años sometido a altísimas presiones es el rey de la dureza cristalizada.
A lo largo del tiempo la pátina, no debería oscurecer la capacidad de mirar limpiamente. Todo lo contrario la posibilidad de aun estando desequilibrados y llegado un momento oscilar de otra forma, cómo movidos por una energía atemporal aletargada a la espera de cristalizar como paso de un estado a otro, reordenando nuestra estructura interna, es una quimera o entelequia (cuidado que me repito) que requiere de un convencimiento a prueba de cualquier presión externa que, contraria a su fin, no nos pretenda equilibrados, inertes y aislados de todo contacto, sino vivos, luego desequilibrados, pero con capacidad de reclamar el derecho a la eternidad, tan exclusiva y única de los dioses de la creación, cómo propia por herencia y derecho de vida.
A lo mejor se me ocurre lo importante sea, tras largos procesos (quien sabe si kármicos) lograr cristalizar un equilibrio en vida, y de por vida (aun en desequilibrio perpetuo) para manifestar como Ser una invencibilidad eterna, dado que pensar es pesar y decantar tras valorar hacia uno de los lados que desequilibran la balanza, su consecuencia.
Vamos, me temo, lo que, de continuo aun equivocándonos hacemos en esta inconsciente existencia de pares donde las reglas del juego dictadas incapacitan a pensar de otra manera.
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