La negligencia, sobra decirlo, es falta de cuidado.
“Nada de verdad importante es realmente bello y todo lo muy importante se acerca corriendo a lo grotesco”
Lo leo releyendo carpetas de intenciones a Vicente Verdú, en un artículo de hace años que tituló “la belleza de la negligencia”. Encontrarla, no es nada fácil. Cuando ocurre te elevas por encima de lo ordenado, lo simétrico, el canon estético, lo establecido, intuyendo que ese descuido, donde la atención y la acción se rigen por los asombrosos caminos inadecuados de la magia, lejos de ser omisiones o acciones incorrectas, generan autenticidad, albergan esperanza.
Decía algo así como que el desorden actual del mundo es el desorden del horror que no de la negligencia, no nos equivoquemos, que la belleza, y esto lo decía un racionalista cómo Kant, se mueve en el ámbito de las afecciones, de las observaciones, sensaciones que lo externo nos suscita.
Si lo bello (por delicado) encanta, desde ese otro sentimiento, lo sublime (la tormenta enfurecida) logramos conmovernos. Decir que uno escribe bonito, colores de misericordia, lejos de alabanzas o loas sólo responde, si conmueve, a un refugio intencionado, al borde de lo sutil, incluso de lo ridículo, despacio, muy despacio, nunca corriendo, frente al horror de este peripatético mundo.
Es sólo una defensa.
Los puertos de categoría especial (como las personas que aportan conocimiento y saber; referentes) acaban en alto y son duros por kilometraje o dureza, y escalarlos requieren de muchos años de entrenamiento: Se llama trabajo.
Conmueve, me repito, por lo sublime escuchar a Cesare Picco en “Un Attimo” (maravillosa portada del disco), al mismo tiempo que en un momento de introspección escribir ”cogidos de la mano”. Conmueve, de nuevo, escuchar, mientras escribo estas líneas, y titulo "negligencia y misericordia", muy despacito, a Tord Gustavsen, porque tienes el convencimiento, y no lo has maquinado aposta —sólo surge— de dejarte llevar, de encontrar apostillas que den sentido a lo escrito, y lo cuidado, se aleje de lo grotesco, del horror, y sientas, desde lo más profundo de ti que en lo dicho —vuelta al origen— hay líneas escritas de luz, de compasión y verdad.
Pongo este ejemplo reciente podrían haber sido otros, da igual la ideología: Una dirigente política se cruza las manos en una foto abatida, según dice, por el cansancio. Una impostura inconsciente (siento la dureza) grotesca, descuidada, corriendo, desde lo falso, donde no adivinas, ni lo bello, ni lo sublime, sólo marketing barato de embaucadores a la caza de una ingenua ciudadanía.
Seguimos rodeados de acciones incorrectas, de intereses económicos parciales, de postureo inadecuado, de negligentes dirigentes, que pretenden conmover. De líos mediáticos donde, (cuidado que hay que ser torpe) se han contratado a nivel mundial a epidemiólogos, virólogos, médicos, científicos, como figurantes (dobles) de un teatro escenificado bajo el auspicio de las élites, y la hipnosis de gobiernos de distinto signo, de muertes impostadas, que crece y algunos creen falsa, de camino al confinamiento de nuestras cacareadas libertades individuales, cuando sospechas que en la vida han sido incapaces de conmoverse, ni con expresiones sublimes de la naturaleza, ni con verdades sinceras, creaciones, de aquellos que saben lo que es transmitir.
¡Que sabrán lo que es la libertad!
Y tengo el convencimiento, y certeza, que una vez más, como ha sido así siempre, el dinero, el tanto vales tanto tienes, la economía remunerada desde el trabajo, la llave de la falsa felicidad, de camino a la nueva anormalidad (la anterior normalidad, nunca existió) sea ese escenario de horror donde, lejos de aprender algo, sigamos, corriendo a ninguna parte —al caos—, negligentes, insolidarios, ambiciosos, egoístas, perdidos —tan distantes— manipulados, enfrentados.
Me aferro a lo bello y a lo sublime...
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