jueves, 7 de mayo de 2020

achicando aguas

Mi mirada se desviaba a las esculturas de bustos, y a un desnudo arcilloso de cuerpo entero, a cuadros inacabados o recién empezados. A una fotografía (skyline de la ciudad) que ocupaba el lateral de una pared, a los caballetes y mesas de trabajo, a la luz tamizada, al silencio que se respiraba y a él mismo, tan cerca, con tantas ganas como vergüenza (no era el momento) de ser presentado y de invitarle a conocer la obra de un coetáneo suyo, qué, así lo recuerdo, aún no conociéndolo, le llamaba cariñosamente antoñito.

Acudimos a la llamada, trabajábamos en el piso de arriba. Hace más o menos un año de esto. El agua, tras una fuga de una cisterna, se había desbordado por la noche y con tan sólo un par de dedos, amenazaba a algunas obras, sobre todo los cuadros apoyados en el suelo cercanos al desborde. Los recolocamos uno a uno con exquisito cuidado siguiendo las instrucciones de la familia.

Entrar en el sanctasanctórum de uno de los  artistas más queridos y reconocidos de este país, en su estudio, anconada segura de sus obras, era como profanar un lugar sacro. Ayudamos en lo que pudimos a sus hijas y a él mismo, con fregonas y cubos hasta despejar la bahía.

Antonio López, expresa en una entrevista a un medio este pasado fín de semana su convencimiento, o presentimiento, de no salir mejores de esta crisis pandémica. Un mes antes en otro medio, tan reciente el fallecimiento de su esposa, la también pintora María Moreno, en febrero, explicaba como en sus paisajes urbanos, como el cuadro de la Gran Vía, excluía lo que se movía. Parecido ocurre en el cuadro aéreo, de las azoteas de la Avenida de América. Premonitorio o no, la ausencia del ser humano recuerda escenarios distópicos, huellas de cemento, de nuestro paso por este mundo.

Ambos cuadros  me son cercanos, uno por (aunque no aparezca en el cuadro) arrancar la Gran Vía en el edificio metrópolis, coronado con su escultura del ángel alado, otro, por enseñar a lo lejos la casa familiar a la que acudía fly el perro volador.

Intuyo no pasará mucho tiempo, a lo mejor menos del que creemos, en que su/nuestra, Gran Vía pintada, se inunde, sin acritud, de bullangueras hormigas con bolsas saliendo y entrando de grandes comercios bajo luces de neón y led, de coches también entrando y saliendo por la Avenida de América al centro de Madrid, de bulliciosa vida porque así la entendemos.

Dice Rafa Nadal que no quiere la nueva normalidad, que quiere la antigua. Supongo se refiere en lo personal o profesional. La emoción de ganar torneos (su vida) sintiendo el calor del público sólo al alcance de unos pocos privilegiados, escogidos, talentosos, imperecederos, incombustibles, me pregunto ¿será compatible con nuestro proceder?

¿Encontraremos un equilibrio, que no contamine los cielos de queroseno, de óxidos de nitrógeno y COinadmisibles las grandes ciudades, de acuíferos desoxigenados por acción de la codicia del hombre, de la tala de bosques e incendios incontrolables, de la extinción de especies, compatible, con fusiones de bancos y empresas buscando rentabilidades máximas, de industrias no contaminantes, limpias, de desescalada armamentística innecesaria, de frenéticos procesadores de algoritmos veloces, pensando, (por decir algo) por ti, en la que podamos seguir sintiéndonos, emocionándonos con todo lo sentido, vivido y amado? 

No lo tengo claro.

Hace años, era el año 1992, en los Alphaville en una sala de culto de cine, vi junto a mi padre la película de Erice, “El sol del membrillo” Más bien un documental de alguien queriendo -acompañando a la madurez de los frutos- atrapar la luz y el tiempo, y pintar un membrillo solitario en el jardín de su hogar. Una idea desde un sueño dio pie a una película, donde Antonio López, si quiso pintar, a lo mejor, lo que sí tenía vida.

En un árbol, que es vida, está contenido el universo entero, en nuestras creaciones de progreso, sólo dejaremos huellas vacías, de estadios sin aplausos, si no sabemos y logremos cuidar nuestro hogar.

Son ya años, no ahora, que aprecio lo interno, y lo externo de verdad: la vida, lo vivido, lo mirado, escuchado y rozado, desde los sentidos, inhalando y volando libre por lo que intuyo sea el verdadero aprendizaje. Por eso:


”… miro, escucho, rozo, en el ámbito de mi experiencia, lo que otros no ven, oyen o cogen, porque creo en la experiencia de los sentidos. Y me como la vida amando, respirando, que no me quiero perder detalle, que antes que ella me devore expirando, yo ya la habré mirado, tocado, y degustado y sentido, cual éter imaginado…”
abril 2011

No permitamos quedarnos en la superficie de todo y desde el progreso atrofiar más los sentidos, achiquemos aguas entre todos, no paralicemos el verdadero sentido de nuestra existencia. Hay focos a los que mirar, escuchar, oler o rozar fuera del oropel aparente y fugaz de estos tiempos. Esto, tan sólo y dolorosamente, a parte de un virus que penetra con llaves por cerraduras ajenas con intenciones de quedarse o fulminarte, es un aviso. Otro aviso más. Y por desgracia van demasiados. Yo también digo bien alto: 

¡Despierta!



Ludovico Eunaidi interpreta
Fly (volar)
de su disco Divenire (volverse)


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