jueves, 6 de agosto de 2020

engranajes engrasados

Creo, aunque dudo, que la última vez que vine cerca de la puerta encadenada fue hace diez años. La localidad costera no ha crecido, pero si se ha ordenado y acicalado más. Surgen palmeras y aceras cuidadas que dibujan en su suelo carril bicis, parterres, esculturas por doquier, césped y flores por rincones antes olvidados. Los chiringuitos y sus hamacas se organizan geométricamente, las duchas se reparten ordenadamente, los restos orgánicos se esconden a la vista en un cuidado urbanismo que busca satisfacer a sus inquilinos, los restaurantes atienden sus mesas, los espetos plateados se doran de aromas marinos y en la noche los leds adornan y edulcoran el paseo marítimo y sus alrededores.

Indudablemente el progreso deja emolumentos a las arcas del municipio, que regularizan el descanso, si es que el ruido de fondo ensordecedor de las olas y la vida deja respiro alguno y así entiendes de reposos que huyen de lo vivido el resto del año. Aquí no parecen existir ni virus ni pandemias, aunque los locales y restaurantes no albergan extranjeros, sólo turismo nacional que no quiere saber de estadísticas, ni telediarios, ni segundas olas.

La puerta fue lo primero que busqué nada más llegar. Sabía más o menos donde se ubicaba, si bien, desconocía el nombre de la calle en que vivía. La emoción de saber si aún existía, de reencontrar a una vieja conocida aceleraba mi pulso. ¿Seguiría viva? ¿la habrían cambiado? ¿la habrían acicalado al igual que el resto de la ciudad?

La cadena de la bici saltaba de piñón en piñón a su antojo y así era imposible gobernar la máquina. Evidentemente algo no iba bien. Pregunté por un taller cercano. En el pueblo en un pequeño local se amontonaban en espera de sanar sus heridas una docena de ellas. Esperé mi turno. Delante un magrebí trataba de hacer entender al mecánico que la necesitaba en el transcurso de la mañana.

―No tiene ningún problema. Le falta engrase a la cadena y por eso saltan los cambios ―dijosin lugar a duda. No tardó ni un segundo en encontrar el problema tras hacer rodar los pedales. Me quedé con cara de idiota por no advertir algo tan básico. Le echó aceite y asunto solucionado. 

A mi rodilla derecha, a su articulación, también le hubiese venido bien algo de engrase. Arrastraba molestias desde hacía unos días.

Fly el perro volador no andaba a su libre albedrío. Ni Fly ni ningún perro suelto. Eso formaba parte del pasado. Ya no habían perros vagabundos de ojos aturquesados. Los que divisaba, y eran muchos, atados con correa, se parecían a sus dueños, se olían y saludaban en sus paseos como no podía ser menos. Ahora lo más, acodado desde la barandilla como mi viejo y en perfecta simbiosis genética, lo que divisaba, era la nota discordante de una vagabunda mayor muy delgada y morena que todos los días se sentaba en un banco acompañado del equipaje de su vida que se reducía a dos maletas enormes, para desaparecer a la hora de comer (si es que algo comía) y el resto del día. No pedía o al menos eso me parecía.

No tardé en encontrarla. Se ubicaba curiosamente (cosa que desconocía) en la Avenida de nuestro Padre Jesús Cautivo y el corazón se me salió. Si, la puerta estaba todavía intacta. Envejecida, más parcheada, más oxidada seguía protegiendo con el candado su acceso. Me acerqué, le comuniqué con dolor que su descubridor, mi padre, ya no estaba con nosotros, la acaricié, comprobé su estado. El candado, muy oxidado, precisaba también de algún engrase y parecía que hacía tiempo no se abría. Un tanto abandonada, exhausta, sedienta, con la lengua fuera, resistía el paso del tiempo.

No sé si el orden es engrase. Si articula nuestro sistema, el inanimado y aparentemente inerte que nos acompaña y no vemos. No sé qué protege ni que se habita dentro tras esa puerta. No sé si necesito de barritas energéticas que alivien mis articulaciones. No sé, la verdad, por qué no tengo un perro con lo que me gustan. No sé si debo acercarme a esa menesterosa y solitaria señora y decirla algo o escuchar su voz. No sé si el progreso es ese orden tan ficticio que no deja rincón alguno sin llenar, que no nos deja ver lo esencial.

Lo que sí sé es que la puerta, es la puerta veinticinco, que se descubre en alegorías que vierten escritos en mi Diseño Humano, porque me lo ha dicho alguien presentado por alguien cercano que busqué, ambos muy afínes, que nos encontramos y abrazamos, porque el destino lo ha escrito y sabe de ello.

Lo que sí sé, porque me lo ha dicho él, es que soy emocional y en algunos aspectos indeterminado, a lo mejor un mercurio, baremo de temperaturas en el que mirarte. Porque me ha definido de forma muy bella, como nadie lo había hecho nunca, y son palabras suyas, como una memoria encarnada que se actualiza y se recrea, muta y pulsa, se escribe y codifica, se vela y se desvela, se extralimita, que cataliza melancolías atravesado por neutrinos que como agentes que programan mi vida en mi forma, se asombra y asombra. Que mi propósito se cumple informando a través de mi mente, iniciado por mil caminos que prueba. Que ellos me habitan, porque son en mí, tan vulnerable como habitado en el amor, con potenciales que me abruman y sobrepasan.

Si todo eso me lo ha dicho él. Y por eso, por ello le doy las gracias, inmensas gracias por saber definirme en mi indeterminación, y apreciar en lo más profundo que porto dentro, los engranajes, que bien engrasados, al menos eso espero, articulen en mi existencia a mi Ser.


la puerta
agosto 2020


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