“Yo nací en el 1964 a las doce de la noche en el mismo día de San José. En ese mismo día le estaban cantando a mi madre una serenata”
Así acaba la serie
“La Veneno” de Javier Ambrossi y Javier Calvo. La grabadora de voz de Valeria Vegas, la autora de sus memorias, registra su voz sonando de fondo, mientras se muestran los rótulos de despedida.
Ayer en apenas cuatro días terminé de ver la serie.
Dura, explícita, sexual, incorrecta, violenta en lo verbal y en lo físico, conmovedora, en carne viva, divertida. No apta para personas pusilánimes. Si, para personas, inteligentes, comprensivas, resilientes, aperturadas, tiernas, sin complejos, capaces de ver y captar la belleza en la miseria, en lo sórdido, tras lo aparente. Capaces de tender manos.
Miseria de una sociedad hipócrita, inculta, avasalladora en su moral y ética, hipnotizados todos por el dios dinero, capaces de cualquier cosa y de utilizar a las personas para usar y tirar, cómo si la única vía de supervivencia en este plano terrenal, búsqueda de la felicidad, fuese una voluntad inquebrantable en conseguirlo. Faltos de comprensión ante el necesitado, el diferente, de entender lo que es la identidad de género, la inocencia, de pedir perdón, de no juzgar.
Faltos de entender que la dependencia, la sensibilidad y las emociones personales no son debilidades. Faltos de humildad. Y también faltos de entender en su máxima expresión el significado de la palabra amor, la llamada de auxilio de una protagonista que lo buscó toda su vida, se perdió y a pesar de ello, supo ser ella misma a su manera.
No hay más
preguntas ni respuestas, señoría.
Sólo, para algunos, serenatas de amor a la
luz de la Luna, luminaria reflejo tamizado en la noche de un Sol, que calienta
por el día y trata de no cegarnos y traernos mensajes de luz y de esperanza. Antídotos.
Que el que quiera entender, entienda.
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