Retomo lo que sigue a continuación: Este escrito. Se había detenido hace unos días. Se inició en verano, pero no se cerró. Seguía su propio orden. Un orden acompasado que ahora comprendía y que reclamaba su entendimiento.
Ya reposado, cambio los tiempos verbales y me dejó ir.
Veo la mesa de
cristal apoyada en dos borriquetas de madera. Espera fija. Tan fija como la
descripción de su entorno: El flexo modelo “Tolomeo” está encendido e ilumina su
superficie. La mesa se ubica casi a norte. Un ordenador se ha iniciado. A la
derecha hay una librería en madera de teka con un aparato de música. Hago un inciso,
suena de fondo "La Voz". Interpreta “Moonlight Serenade”. A la
izquierda una cómoda y un poco más arriba el baño. Delante tras la pared un
vestidor, detrás la cama y al fondo una ventana. Las paredes lisas y blancas.
El suelo de tarima de madera. Y en el techo un ventilador que hace nada aliviaba
las tardes calurosas de verano:
Hoy llueve, hace viento y la
temperatura ha descendido. Me siento, sigo escribiendo, paso de ser observador,
de describir mi entorno, a observar el ritmo de la vida. Será que es dos de
octubre y la luna llena en apogeo de ayer iluminada, dando respuestas, me
permiten un paréntesis de creación. Lo aprovecho y doy forma.
Anoche forjé la idea y tras un
sueño, de madrugada cerrada, desperté envuelto en él. Por familiares los caminos
a baño y cocina no encendí las luces. Es terreno conocido y sabes cómo
orientarte y no perturbar el descanso de con quien convives. No significa que
no puedas tropezar, hacer ruido. Tanteas, pruebas si alguna puerta permanece
cerrada, o si perdido el norte te desorientas brevemente y yerras tu camino. Basta
palpar algún mueble o entrada para redirigido llegar a destinos
silenciosos que no molesten a nadie.
De día creemos verlo todo, el Sol
apaga flexos si el día es luminoso y otras veces las lámparas se encienden en
días cerrados de nubes amenazantes grises y compactas. Hay días que corres a
ninguna parte y hay días tranquilos de serenatas límpidas ocultas por nubes que no
impiden ver con claridad.
La luna recorre las horas de cada
día transitando por nosotros, llamando, pulsando timbres, y a veces con el
nudillo, golpeando las puertas de nuestras habitaciones.
“I stand at your gate” canta Sinatra.
Aproximadamente algo más de un cuarto de millón de seres humanos nacen
en un día cualquiera de los 365 días del año. En tan sólo un día, unas horas, con mínimas diferencias
la vida despliega su mágica y universal manera de pulsar ritmos, de hacernos
diferentes, tan distintos, tan iguales, unos de otros. Su flujo iniciado es tan continuo
como el mío o el vuestro cuando lo sentimos de verdad.
Nuestros tiempos, movimientos
marcados, como la vida misma en su periodicidad marcan los suyos. La humanidad trata
de amoldarse a ellos. Paradas, pausas, prisas, y pisadas firmes, objetivos que
nos marcamos y objetivos que no alcanzamos. Y un único objetivo por verdadero:
Ser tú.
Hoy estoy con mi puerta, en este
instante y ahora te incluyo y te hago vivible para que fluyas, para que cumplas la alegría de este propósito. Me lo dicen mis lunas en una serenata en un día cubierto, pero enormemente
claro. Tan claro y sereno como una serenata de amor. Mañana, o quizás tan sólo
dentro de unas pocas horas, el ritmo mágico de la vida traerá y referenciará otras experiencias, vivencias, y
aun en el mismo día, el día será otro día.
Música: Glen Miller.
Letra: Mitchell Parish
Cantante: Frank Sinatra
Canción: Moonlight Serenade
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