Oscila, se balancea al viento, resuena, vuelve a sonar repetidamente, se cuelga desde un solo punto y después de encontrar un equilibrio se mueve alternativamente de un punto a otro.
Primero a un lado, luego a otro, y vuelve, vuelve...
Se columpia hasta encontrar los límites que le permiten a ese balanceo vibrar.
Y vibra pacientemente, reverbera, tiembla y se agita.
¿Es una onda?, ¿Es una ola?, ¿Es una frecuencia?, ¿Es un sonido?
Sí, y también un recuerdo, una cuna de bebe, un columpio en su niñez, una hamaca de mayor, una mecedora en su vejez, un descanso.
La calma del tiempo, un diapasón al compás, la que afloja los nervios, la que le hace estar bien. La que le duerme en serena placidez.
Quizás así se entienda porque yendo y viniendo, necesitamos mecer la vida, equilibrarla con constancia, paciencia, respirarla, balancearla y disfrutando, saborearla repetidamente.
Hazlo con una melodía, con una mirada serena, con la mente detenida, con la respiración pausada.
Las olas de la vida van y vienen.
Se necesita, porque calman, mecen y reconcilian, pero sobre todo porque acallan el ruido exterior y lo que es más importante, te reencuentra con tu Ser interior.
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