Somos personas, actores de nuestras vidas, o somos
espectadores de vidas ajenas.
La palabra anglosajona
show tiene tres significados “teat” de donde deriva su utilización como espectáculo
artístico en un cabaret o teatro, jaleo o farsa.
De hecho ante una situación que lo que trata es de llamar la atención de la
gente, es inevitable no definirla como un show. Cuando se estrenó la película
el show de Truman (true man) hombre verdadero, farsa en la que Jim Carrey no
era consciente de que la historia de su vida era retransmitida en directo,
caricatura de una sociedad enganchada a los medios (en este caso la televisión), el retrato sociológico invitaba a la reflexión de si somos actores o
espectadores de nuestras vidas.
Truman está completamente desinformado. No conoce el
verdadero mundo real. Está engañado. No tiene información veraz para conocer la
realidad que le rodea. Está sujeto a engaños y mentiras constantes (puesto que
el mundo que le rodea es completamente falso).
Próximamente un web master advierte
que el nueve de este mes, según sus averiguaciones numerológicas, comienza el show. ¿Experiencia o datos empíricos? En
España el show ya ha calentado motores estamos asistiendo a un tráiler o
avance, respirándose un clima político en el que asistimos atónitos como
espectadores, caso tras caso, a la corrupción por parte de dirigentes políticos
sin escrúpulos, que sólo entienden su función pública como instrumento para
enriquecerse ilícitamente.
Como a Truman, actor de su propia vida, que intuía que le
estaban engañando, cabe la posibilidad de que el show derrumbe de una vez por
todas la farsa que nos convierte en espectadores desinformados de lo que nos
han dicho hasta ahora, y hemos creído que es.
Pero si así fuese de nuevo el show definido otra vez como
farsa, nos anuncia tiempos venideros en la que las cosas no serán lo que
parecen. Como si un acto final, dure lo que dure, nos convierta de nuevo en
espectadores de un teatro, víctimas de
lo que venga.
Como dice Grayling: "Si podemos influir en lo que ha de
suceder entonces somos responsables de lo que sucederá. Considerar el futuro
como abierto nos convierte en capitanes de nuestro destino. Pensar lo contrario
que la profecía existe y por tanto el futuro está predeterminado no convierte
en meras victimas del destino".
No somos actores engañados, ni espectadores pasivos de
nuestro futuro.
El futuro todavía no existe pero es nuestro para
construirlo.
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