¿Quién eres para juzgarme? tú en minúsculas, de tú a tú
juzgando entre hermanos, tú a TÚ, juzgando a ciegas desafiando a quien no
conoces, TÚ a TÚ, entre Ellos, juzgándose. La pregunta sería ¿Quiénes somos
para juzgar, como no sea para usar nuestro juicio? Si es que lo tenemos, si es
que nos comunicamos, si es que nos entendemos, si es que no comprendemos como
comprendernos.
Anoche me dejé el móvil en el abrigo, volvía tarde de traer a mi
hijo de entrenar. Suena poco últimamente, sólo mensajes silenciados. Esta
mañana, avanzada, lejana, escondido en el bolsillo en el armario ropero, sonaba
una llamada extrañada, gritando: ¡Óyeme!
Agazapada con cuarenta mensajes no leídos: El juicio.
Había dos chats con dos mensajes importantes. En uno un
padre se despedía tras la decisión de su hijo de abandonar el equipo, en el
otro un precioso gesto de un familiar nos enseñaba, en este día que del cielo
nevaba alegría, la floración de un cerezo en honor a alguien que apreciaba.
Todos habían contestado.
Respondí a ambos una vez leídos, tan lejos de las
contestaciones inmediatas de todos. Tan lejos de esa necesidad de compartir al
instante, desenganchado sin quererlo, con la amarga sensación absurda por
imposible, de no haber estado en el momento que hacía falta, sintiendo, una vez
más, que debería justificar mis decisiones para que me entendieran. Juzgando que
era juzgado, no comprendiendo qué para entender, comprender sin enjuiciar, solo
hace falta comunicarse en tiempo, el que sea, sin dictar un veredicto.
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