lunes, 13 de marzo de 2017

etapas

Para él las reglas del juego son desconocidas, hostiles, inmisericordes. Me duele por su autoestima, cada día más baja, encorvado, como esos perros que transitan con el rabo entre las piernas, asustados. Hoy vino a casa así hace un rato.

Pronto advertimos, a temprana edad, sus dificultades con el habla. Le diagnosticaron psicólogos y logopedas con un trastorno de lecto-escritura dentro de la familia de las dislalias. Nada grave.

Un trastorno de atención (TA), que se manifiesta ahora con toda la impotencia para él y sus padres, en un sistema educativo en el que, si te descuelgas del pelotón, difícilmente llegas a meta. 

Fue cubriendo etapas anteriores hasta 2º de la ESO, salvadas por la campana, a base (bendita sea su madre), a costa de horas y horas de dedicación tratando de encontrar la fórmula, trastocando la estabilidad familiar. 

Tú puedes, tantas veces repetido, todo un mantra para motivarle. Craso error. Este sistema evalúa con el convencimiento que desde al uno al diez sabrán acomodar a cada uno en su sitio. Nada más lejos de la realidad. El sistema no reparará a un chaval que sufre porque ve que no llega, porque nació diferente, cada día más consciente de ello, queriendo ser cómo sus amigos.

Otro árbol desviado de su centro de gravedad, un maravilloso muchacho que deberá aprender de otra forma. Un ángel dice su abuela. Otro ángel inscrito en esta carrera que es la vida, cuya meta, aún desconocida, no impide que corras a ninguna parte, sin ni siquiera saber porque corres. 

Hoy dos exámenes, mañana otro, el jueves más, en plena etapa de alta montaña, la semana pasada tres puertos de primera, repescado por tiempos, desbordado, desmotivado, al límite de sus fuerzas, impotente y con sólo quince años.

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