Estaba sentado al borde de la cama, encorvado, "viejecito mío".
«No le veo salida a esto» No, no lo decía sólo por su enfermedad.
No, no es el placer de la obra hecha. Ese placer pequeñito ya se tiene, cuando en ciertos momentos calman pinturas y escritos. Lo es, de lo que es sincero y honesto, trabajado, pensado, proyectado, ergo bien hecho, aunque no llegue, ni se entienda, ni venda, ni te valga para sobrevivir, se sea profesional o profano.
Lo sea porque, aunque te equivoques y no sepas, aunque te hayan (o será hayas) engañado parte de tu vida, y lo sepas, lo intentes.
No por ego, por ventas y fama, aduladores y seguidores, por famoso, por ganar concursos y planetas de un jugador, en un juego en el que no quieres jugar, porque no te gustan las cartas de los truhanes.
Sino por ti, por ti mismo. Porque te demuestres a ti, que, aunque se distorsione tu propia mirada, que se ve pateada y puteada tantas veces (como a tantos), tan sólo por ser tú mismo, vales.
Sólo para recordarte, lo más importante:
¡Que estas vivo!
Y el que estaba ahora encorvado no era él, era yo y sois vosotros. Pero no ellos.
Ellos y él nos infundían, nos animaban, exhortaban a coro:
¡Levantaos!
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