Transito en estos días de febrero del 2021 (del 13 al 18) por la semana fantástica del canal del reconocimiento, del destino inevitable por fuerza misteriosa que señala metas a llegar, que no impedida por caminos que aun dejando ver en el ocaso el declinar de lo que desaparece a tu vista ―que no los deseos alcanzables matéricos― causan, sí o sí, o sí o no, sufrimiento hasta su concreción.
Recuerdo que irónicamente para mi
viejo el arranque de estos días en el día del decapitado San Valentín era algo
así como la escusa perfecta para hacer caja en unos grandes almacenes y pasarte
por alguna planta para reconocer en tu amada que la llama interior permanecía
viva y se materializaba con cenas románticas embelesados por aromas sutiles de
rosas, bombones y abalorios brillantes o a la inversa de corbatas de moda,
colonias embriagadoras, que, que se yo de gustos personales.
Su poco o nulo romanticismo
marchitado por la rutina del tiempo, lo entiendo, en tanto en cuanto los
reconocimientos amados no son exclusivos de un día, sino manifestación permanente
los trescientos sesenta y cinco días del año.
Para los que abrazamos los inasibles, omniabarcantes y omniscentes entendimientos del espíritu del Ser ―y él lo portaba―, en nuestra, lo siento por otros indefinidos, pretendida superioridad moral (continuo en modo irónico) la demostración de amor es permanente e inalcanzable cada día del año y no necesita de días marcados en los calendarios… del Corte Inglés.
Pero me vuelvo a ese conocer de
nuevo, reconocimiento de algo que seguramente ya sabías, pero no recordabas o
no te enseñaron. En el «aurea mediocritas» de los dones o virtudes
balanceado entre carencias y excesos se posiciona con anticipo, lo ligero y de
poco peso, lo vaporoso y sutil inapreciado de tanto valor, que huye de los
deseos y fantasías y aspira al «siddhi» del
arrobamiento, emanación de los sentidos que doma el tiempo, lo congela, e
ignora la realidad observable del programa de este mundo descarriado por el que
transitamos y que prefieres no ver, será, para no sufrir.
Como hecho experiencial dudo si
publicar ahora, hoy, en medio del camino
equilibrado de virtudes, o acabaré por publicar esto finalizado la vivencia del
tránsito, contagiado por días de sentimientos etéricos alimentando las llamas, no
de mis deseos, sino de la determinación de mis certezas, descubrimiento de mi
Ser, que en mi sensibilidad se acompañe de voluntades inquebrantables entre
suaves ritmos que fluyen desde la acción correcta.
Después en el ocaso se pondrán soles, la luna brillará en la oscuridad y volverán a amanecer días radiantes, y más adelante saborearé otro tránsito semanal donde toque
liberar emociones de las que extraer verdades y lejos de reconocimientos pasados, confrontar mis conocimientos ayudado de la abundancia de mi
espíritu que en esos días insufle a mi Ser.
No, no lucho con ser uno con la Totalidad,
y no sufro por ello. No, no me aferro a las sombras que pretenden raptar e
inundar de deseos inalcanzables mi percepción. A todas esas que acechan y porto
ya las he conocido y ahuyentado más de una vez.
Sé que soy uno, como tú, con la Totalidad.
Ando el camino, y si no es así
porque al irme la luz del final del túnel se apague en un vacío o nada, habré sabido
agarrarme desde la gravedad a la fuerza poderosa que te centra y cohesiona en
esta existencia. Al amor que más allá de lo carnal entiendas pueda abrazarlo
todo.
Hoy estoy aquí, obligado, para que lo reconozcas en ti.
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